~Aperitivo~
Ignoren a Vera Dietz por favor
(A. S. King)
De pronto descubro que no puedo huir, trato de cerrar la boca, me niego a hablar con ellos. Convenzo a mi cerebro de que soy una máquina muda entrenada exclusivamente para dar cambio y contar propinas, solo eso. Un robot repartidor de pizza. No tengo emociones, no tengo nada. Los mil Charlies lo saben bien; estiran los brazos y me abrazan con fuerza hasta que grito y le digo lo que quieren escuchar.
Si el señor Jenkins, el dueño del sembradío, saliera y caminara por la parte de atrás para contemplar la belleza del amanecer azul violáceo, me encontraría a un lado del coche, abrazándome a mí misma, sollozando: “¡Ya no te soportaba!”
No podía, lo odiaba.
—¡Deseaba que murieras!
Los mil Charlies lo saben pero ya no tienen que lidiar con ello. Yo sí.
~Entrada~
Los Borodin II. Guerra y pasión
(Christopher Nicole)
—Tu comunicación con Petrogrado, camarada comisario.
—Gracias —Michael pasó al vestíbulo y levantó la bocina del teléfono—. ¿Camarada Lenin?
—¡Michael Nikolaievich! ¿Eres tú? —el tono de la voz de Lenin rebosaba de entusiasmo aquella mañana—. ¿Qué hay de nuevo, hombre, qué hay de nuevo?
Michael aspiró profundamente.
—Debo informarte, camarada, que las últimas unidades de la flota británica han zarpado del puerto, que los últimos efectivos del Ejército Blanco se han rendido hoy. Sebastopol está en nuestras manos, camarada. Crimea está en nuestro poder. Tenemos a toda Rusia. Tu revolución está completa.
~Plato Fuerte~
La música del silencio
(Patrick Rothfuss)
Sentada en el suelo liso y cálido de Manto, Auri se estremeció de pensar en moverse por un mundo como ese, completamente falto de alegría. Sin nada perfecto. Sin nada hermoso ni auténtico. ¡Oh, no! Ella sabía demasiado para vivir de esa forma. Auri miró alrededor y sonrió al contemplar tanto lujo. Tenía una hoja perfectamente adorable, y lavanda. Llevaba puesto su vestido favorito. Se llamaba Auri, y su nombre era un trozo de reluciente oro que llevaba siempre en su interior.
~Entremés~
Nueva York
(Edward Rutherfurd)
Fue en ese momento cuando, al verlos desde el otro lado de la calle, el alto y serio general dirigió una cortés reverencia a Abigail y, tal como había hecho en otra ocasión, salió tocándose la cabeza con grave ademán, aunque esa vez en su cara había una expresión de reconocimiento e incluso un asomo de sonrisa. Master le correspondió con una profunda reverencia.
Un poco después, mientras cenaban con Abby y Weston, después de pedir a Hudson que sirviera una botella de su mejor vino tinto, Master alzó la copa para brindar.
—Fíjate, Abby —dijo con considerable alegría—, y tú también, Weston, mi querido nieto, el mundo que yo conocía se ha acabado. Brindemos pues por el nuevo que comienza ahora.
~Postre~
El cazador de sueños
(Stephen King)
La señora Cavell, por consiguiente, les lleva a la casa donde en años sucesivos pasarán tanto tiempo, la del 19 de Maple Lane. En realidad les lleva Duddits, que abre el camino haciendo cabriolas; de vez en cuando se pone la lonchera amarilla de Scooby–Doo encima de la cabeza, pero Beaver se fija en que prácticamente no se aparta de una zona concreta de la acera, a unos treinta centímetros de la hierba que separa la acera de la calle. Algunos años más tarde, cuando lo de la hija de los Rinkenhauer, se acordará de las palabras de la señora Cavell. Él y todos. «Ve la línea.»
Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".
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