~Aperitivo~
Fahrenheit 451
(Ray Bradbury)
Ambos se quedaron
mirando el libro que había en la mesa.
—He tratado de recordar —dijo Montag—. Pero, ¡diablo!, en
cuanto vuelvo la cabeza, lo olvido. ¡Dios! ¡Cuánto deseo tener algo que decir
al capitán! Ha leído bastante y se sabe todas las respuestas, o lo parece. Su
voz es como almíbar. Temo que me convenza para que vuelva a ser como antes.
Hace solo una semana, mientras rociaba con petróleo unos libros, pensaba:
«¡Caramba, qué divertido!»
El viejo asintió con la
cabeza.
~Entrada~
Noche de Pastel y Marionetas
(Laini Taylor)
Así que aunque podría hacer lo
normal y hablarle —“Qué bien tocas el violín, guapo” es una de mis propuestas—,
no confío en que mi boca no me traicione silenciándose o frunciendo los labios.
Además, siempre hay gente en el teatro, posibles testigos de mi humillación, y
es inaceptable. No, debo atraerlo para que salga, como si yo fuera un fuego
fatuo, y así internarlo en la profundidad del bosque hasta que esté perdido y
condenado. Sin el bosque ni la condena, solo la atracción. Como una venus
atrapamoscas que dice: “Soy una flor deliciosa, ven a probarme”, y luego ¡zas!
Devorarlo. Sin devorarlo.
Bueno, tal vez solo un poco.
Aquí vamos. Tengo scuppies en el bolsillo y deseo en
mi corazón.
Hoy es la noche.
~Plato Fuerte~
Salvajes
(A. G. Howard)
A diferencia de mi
séquito de las profundidades, no puedo marcharme sin mirar atrás.
Me detengo y
observo a través de una nube de un millar de alas que se agitan en el paisaje
brillante del horizonte. Siento una presión en el pecho.
Cojo los recuerdos
de la mochila. Tres botellas de vidrio ornamentadas: la primera llena de
diminutas piedras, la segunda con conchas marina y la última con polvo plateado
de estrellas. Al echar un vistazo a las tres, los recuerdos contra los que he
estado luchando se abren paso en mi mente, de forma lenta y grácil, como la luz
del sol arrastrándose sobre un mundo dormido y silencioso.
~Postre~
Agnes Grey
(Anne Brontë)
—Yo creo —dijo ella— que la diversión de un niño pesa
bastante más que el bienestar de una bestia sin alma.
—Pero para el bien del niño, no hay que alentarle a que se
entretenga con tales diversiones —respondí, tan mansamente como me fue posible,
para compensar mi inusitada perseverancia. —“Bienaventurados los
misericordiosos, pues ellos alcanzarán misericordia”.
—Oh, por supuesto. Pero eso se refiere a nuestra conducta
unos con con otros.
—”El hombre misericordioso tiene misericordia para con su
bestia” —me atreví a añadir.
—Me parece que usted
no ha dado muestras de tener mucha misericordia —respondió ella, con una risa
corta y amarga—, al matar a todos los pajarillos de aquella manera tan
espantosa y hacérselo pasar tan mal al querido muchacho, todo por un capricho!
Creí prudente no decir nada más.
Con mis agradecimientos a Nea Poulain, por inspirar el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".
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