sábado, 9 de enero de 2016

Tinta a la Carta LXXXII: Almuerzo en cuatro tiempos

~Aperitivo~
Archivo de cuentos chinos
(Anónimo)
Yangzi viajó al estado de Song, y allí paró en una posada. Tenía el posadero dos mujeres: una hermosa y otra fea. A la fea la tenía en gran estima, y siempre despreciaba a la bella. Preguntó Yangzi cuál era la razón, y un muchacho de la posada le dijo:
—La hermosa se sabe hermosa, pero a nosotros ya no nos lo parece; la fea se sabe fea, y a nosotros ha dejado de parecérnoslo.
—Discípulos míos —dijo Yangzi—, tengan esto en la memoria: quien obra sabiamente y no piensa que es sabio, ¿a dónde irá que no se le tenga afición?

~Entrada~
Ojos llenos de sombra
(Raquel Castro)
[…] Corrí las tres cuadras que había entre su casa y la mía y entré llorando al departamento. Mi mamá estaba despidiendo a algunas de sus clientas, que iban muy contentas con sus bolsitas de productos Mary Kay. Me tuve que morder la lengua en lo que se acababan de ir para no armar una escenita. En cuanto mi mamá cerró la puerta hice mi tango.
—¿Por qué lo dejaste, mamá? ¿Por qué dejaste que me pusiera Atari? Mario y Luis todavía se salvan, pero ¿Atari?
—¿Crees que me pidió permiso? Yo estaba recién parida y muy deprimida. Él se ofreció a ir solo al registro. ¡Te ibas a llamar Lucía! Y de repente llega de vuelta, todo raro, y empieza a hablar de lo importantes que han sido los videojuegos en su vida, que si de eso vivimos, que a lo mejor era una señal eso de que los monigotes del Super Mario se llamaran igual que los gemelos… ¡Entonces me enseñó el acta! Esa fue la gota que derramó el vaso: por eso le pedí el divorcio.

~Plato Fuerte~
Prometidos
(Caragh M. O’Brien)
—Vale, tregua —aceptó Leon —Tengo algo para ti —añadió cambiando el peso del cuerpo, pero arreglándoselas para mantenerla en su regazo. Entonces se sacó del bolsillo una tira de lana roja trenzada.
—¿Qué es eso?
—Estira la mano —dijo él. Sin dejar de abrazarla, le abrochó la tira en la muñeca izquierda —Le pedí a Milady Roxanne que me enseñara a hacer estas puntadas, ¿las ves?
Leon tocó una hebra dorada que recorría la mayor parte de la pulsera. Gaia frunció el ceño y sostuvo el brazo en alto para ver a la luz del fuego los diminutos caracteres.
—Dice «Naranja» —leyó, turbada —¿Cuándo has hecho esto?
Era lo más bonito que había visto en su vida, resistente y delicado al mismo tiempo; un trabajo tan perfecto que podría haber sido obra del padre de Gaia. Era increíble que Leon lo hubiera hecho para ella.

~Postre~
Muerte de Tinta
(Cornelia Funke)
¿Había alguien más escribiendo esa historia?
¿En algún lugar de las colinas que él había descrito tan gráficamente se sentaba un escritorzuelo que lo había arrojado en manos de ese gigante? ¿O tal vez el malhechor estaba en otro mundo, como él mismo antaño, cuando trasladó Corazón de Tinta al papel?
“¡Bah! ¿En qué te convertiría eso, Fenoglio?”, pensó irritado y con una profunda sensación de inseguridad a la vez, como siempre que reflexionaba sobre esa cuestión. No, él no pendía de hilos como esa marioneta tonta con la que Baptista actuaba a veces en los mercados (aunque se parecía un poco a él). No, qué va. Nada de hilos para Fenoglio, ya fueran de palabras o del destino. Le gustaba disponer de su propia vida y se prevenía de cualquier intromisión… aunque reconocía que le encantaba ser titiritero. Lo dicho: su historia simplemente se le había ido un poco de las manos. Nadie la escribía. ¡Se escribía ella sola! ¡Y ahora había ideado esa tontería del gigante!

Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

No hay comentarios:

Publicar un comentario