~Aperitivo~
El Orden y el Caos
(Louise
Cooper)
—Dame la joya, demonio del Caos.
La cara de Aeoris se estaba
nublando con la cólera del que se siente frustrado.
Tarod le miró. Aflojó los dedos,
de manera que brilló el anillo con su clara gema, luchando contra el brillo del
aura del Señor Blanco. Entonces, sonrió despacio y fríamente, y dijo con suave
malevolencia:
—Creo que no lo haré.
—¿Qué significa esto? —tronó la
voz de Aeoris.
Tarod rió por lo bajo.
—Te has cegado, Aeoris del
Orden. Has reinado durante tanto tiempo que te has olvidado de lo que es una
oposición. ¡Creo que ha llegado el momento de que aprendas la lección!
~Entrada~
El amor huele a café
(Nieves
García Bautista)
El Confidente de Melissa podría
ser una cafetería más, algo especial por su comida extranjera y su aroma a café
recién molido, intenso y oscuro, que es amargo y dulce, que excita y relaja a
la vez.
Este es un lugar acogedor con
muebles de escasas pretensiones, quizá insignificantes para las miradas más
exquisitas, pero ricos en las historias y confidencias que se han ido posando
sobre ellos y de las que son testigos silenciosos.
A este sitio le da nombre un
confidente de nogal, viejo y desgastado, pero aún extraordinario por el
delicado y laborioso tallado que unos dedos adolescentes labraron en la madera.
En un rincón, el confidente gobierna callado y señorial, y, a pesar del la
buenaventura a cambio de la voluntad. Hay quienes la creen, otros no. Pero
todos se sienten intimidados por sus intensos ojos, que arden como dos brasas
del color de la esmeralda.
~Plato
Fuerte~
El sustituto
(Brenna
Yovanoff)
En la cuna, el niño llora de esa
forma angustiosa y tensa. Su rostro reluce entre los barrotes. El hombre entra
por la ventana —huesudo, con abrigo negro— y coge al niño. Escapa
sigilosamente, dejándose resbalar sobre el alféizar, cierra la ventana, vuelve a
colocar la mosquitera. Ya se ha ido. En la cuna hay otra cosa.
En esta historia, Emma tiene
cuatro años. Se levanta de la cama y avanza dando pequeños pasos por el suelo
con su pijama de cuerpo entero. Cuando alarga la mano entre los barrotes, lo
que hay en la cuna se le acerca. Intenta morderla y ella saca la mano, pero no
retrocede. Se pasan toda la noche mirándose en la oscuridad. Por la mañana, esa
cosa sigue acurrucada sobre el estampado de corderitos y patitos de las
sábanas, mirándola. No es su hermano.
Soy yo.
~Postre~
Forrest Gump
(Winston
Groom)
—Señor Gump —dijo el juez—, ¿se
da cuenta de que ha golpeado al secretario del Senado en la cabeza con su
medalla?
Yo no respondí, pero comprendí
que esta vez me había metido un lío muy gordo.
—Señor Gump —prosiguió el juez—,
ignoro por qué un hombre de su valía, que ha demostrado ser un patriota, se
halla mezclado con esa pandilla de sinvergüenzas, de modo que ordeno que sea
trasladado a una institución psiquiátrica, donde será sometido a observación
durante treinta días, a fin de averiguar qué le ha impulsado a cometer esta
estupidez.
Los guardias me condujeron de
nuevo a la celda y al cabo de un rato me trasladaron en un coche celular al
hospital psiquiátrico de St. Elizabeth.
Al fin, tal como había dicho mi
madre, habían conseguido encerrarme.
Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".
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