sábado, 6 de diciembre de 2014

Tinta a la Carta LXVII: Almuerzo en cuatro tiempos

~Aperitivo~
El guardián de los dragones
(Carole Wilkinson)
—¿Qué pone? —su voz era solo un susurro.
—Ping —dijo la voz del dragón.
—¿Es mi nombre?
El dragón inclinó la cabeza de nuevo.
—Ping —repitió la niña esclava.
—Tus padres te pusieron ese nombre —dijo el dragón.
Los ojos de Ping se llenaron de lágrimas mientras repetía su nombre una y otra vez. Mucha gente tenía dos nombres. Alguna gente importante incluso tenía tres. Ella estaba contenta de tener finalmente uno.

~Entrada~
La daga
(Philip Pullman)
Se acercó de puntillas a la ventana. Aprovechando el resplandor de la farola de la calle, colocó con cuidado las manecillas del aletiómetro y dejó la mente en blanco para formular una pregunta. La aguja comenzó a moverse por el círculo alternando una serie de pausas y avances tan veloces que apenas si se discernían.
«¿Qué es? ¿Amigo o enemigo?», inquirió.
«Es un asesino», contestó el aletiómetro.
Aquella respuesta la tranquilizó de inmediato. Aquel chico poseía virtudes ciertamente útiles, como la capacidad para localizar comida o mostrarle la forma de llegar a Oxford, pero podía haber sido un cobarde o un tipo indigno de confianza. Un asesino, en cambio, constituía una compañía digna. Con él se sentía tan protegida como con Iorek Byrnison, el oso acorazado.
Cerró los postigos para que no le molestara la luz de la mañana y salió sin hacer ruido.

~Plato Fuerte~
InterWorld
(Neil Gaiman y Michael Reaves)
Debajo de la plantilla guardaba doblado un billete de cinco dólares. Mi madre me obliga a llevarlo para casos de emergencia. Lo saqué, volví a calzarme, conseguí cambio y me subí a un autobús que me dejaba cerca de casa mientras iba rumiando qué decirles al señor Dimas, a Rowena e incluso a Ted, y preguntándome si tendría algún golpe de suerte en las próximas doce horas que me hiciese pescar una enfermedad tan contagiosa que me impidiese volver al instituto hasta final de semestre.
Sabía que mis problemas no acabarían al llegar a casa, pero al menos ya no estaría perdido.
Resultó, sin embargo, que no tenía ni idea de lo que significaba esa palabra.

~Postre~
La hija de la noche
(Laura Gallego García)
—De todas formas —concluyó —le alegrará saber que han dado caza a ese… animal salvaje.
—No dude que lo haremos, señorita Isabelle. A propósito, ¿sigue usted con aquel problema de insomnio? —preguntó Max, al darse cuenta de que el rostro de la joven aún seguía mostrando unas profundas ojeras.
Ella le dirigió una larga mirada y Max creyó percibir en sus ojos un destello de advertencia.
—Lamentablemente, sí. Me temo que soy una hija de la noche, señor gendarme. Se está poniendo el sol; la jornada para mí no ha hecho más que empezar.

Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

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