Título: La vuelta al mundo en 80 días (en el idioma original, Le Tour du monde en quatre-vingts jours).
Autor: Jules Verne.
Sinopsis: [...] Phileas Fogg, un flemático caballero inglés que acostumbraba ir diariamente al Reform-Club a jugar al whist. Allí se enfrasca en una discusión con otros miembros del club sobre la posibilidad de dar la vuelta al mundo en 80 días. Mientras Fogg argumenta que el tiempo era más que suficiente, los demás piensan que es imposible dicho viaje en tan pocos días. Finalmente, Fogg realiza una apuesta millonaria y muy arriesgada... [...]. (Extracto de la contraportada de mi ejemplar).
¿Qué les puedo decir? No creo que, a estas alturas, no se haya dicho de todo acerca de las obras de Verne; en especial de la que toca esta entrada, que es una de las más famosas y tiene infinidad de adaptaciones. Fue un escritor considerado como visionario, en el sentido de que algunas de las proezas que plasmó, se han podido realizar (y en tiempos modernos, incluso de formas más fáciles y/o rápidas). Además, me sorprende en lo personal no haber leído este libro antes, ya que de Verne leí primero otra cosa (Cinco semanas en globo), para un trabajo de preparatoria, y como me llegó a entretener más de lo que esperaba, quise leer algo de Verne otra vez, pero como ven, tardé mucho en hacerlo. Ahora sí, pasemos a lo que interesa.
La novela comienza haciendo una semblanza del protagonista, Phileas Fogg, con el objetivo, creo, de que el lector lo conozca y se haga una idea de qué esperar. En cierto momento, ya siendo Fogg un caballero inglés bien conocido en la ciudad, llegó un día un hombre a su casa para ser su criado y también de él se describen algunas cosas, entre ellas que el trabajo con Fogg parece que será tranquilo, algo que ha estado buscando. Pero luego, el deseo del nuevo criado se va al traste cuando Fogg llega y le anuncia, de buenas a primeras, que se van a recorrer el mundo en solo ochenta días, porque hizo una apuesta en el club de caballeros al que va y de perder, se quedará sin fortuna.
Repito, esta novela de Verne es tan famosa que hay poco que se pueda soltar de ella al respecto, en el sentido de reseña... o en mi caso, lo que llamo seudo-reseña, que admitámoslo, se parece más a divagar y/o fangirlear (hasta despotricar, en algunos casos). Verne, si es que se sabe algo de su biografía, puedes darte una idea de dónde sacó sus ideas de viajes que, en su época, sonaban casi a sueño guajiro y a la vez, en algo que solo un verdadero intrépido se atrevería a intentar. Lo de "intrépido" no sé qué tan bien le queda a Fogg, que es retrasado como el más formal de los caballeros ingleses, pero como también tiene ciertas excentricidades a su favor que lo ayudaron a lo largo de la novela (una puntualidad extrema, una curiosidad que lo empujaba por ciertos terrenos científicos, un sentido de justicia muy marcado), pues capaz que estaba destinado a tener esa aventura con final feliz (que a estas alturas, más de un siglo después de publicada, sabrán muchos cuál fue sin que lo destripe acá).
Dato aparte: Tomo me hizo acá lo que Porrúa en sus ediciones más antiguas de cásicos, traduciendo nombres de personajes. No el de Fogg, por fortuna, sino el de su criado, ese que quería una vida de servicio tranquila y terminó siendo su mano derecha en la vuelta al mundo. No pongo el apellido original precisamente porque en mi ejemplar no está y no puedo transcribirlo, pero en estos lares (y otros donde también hablan español), creo que saben que lo ponen como "Picaporte". Ay, mi Dios... (dejen me voy a suspirar a un rincón por esto).
Cuídense mucho y nos leemos a la próxima.
(Leído en 2018)
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