~Aperitivo~
De la amistad
(Michel de Montaigne)
[…] Esa amistad de la que yo hablo es indivisible. Cada uno se da por
completo a su amigo hasta tal extremo que no le queda nada que repartir a los
demás: le entristece la idea de no ser doble, triple o cuádruple; de no poseer
varias almas y varias voluntades para dedicarlas a esa tarea. Las amistades
comunes pueden dividirse; puede apreciarse la belleza de uno, el trato
agradable en otro, la liberalidad de un tercero, la paternidad en un cuarto, la
fraternidad en un quinto y así sucesivamente; mas es imposible que sea doble la
amistad que es dueña del alma y la gobierna como soberana absoluta. […]
~Entrada~
La musa de las pesadillas
(Laini Taylor)
Tengo
poder, pensó, maravillado.
Una vez que los arcos quedaron restaurados, vio al ejército fantasma que
esperaba adentro, y le preocupó que Minya reanudara su ataque. Pero no lo hizo.
Simplemente se fue.
Aunque Lazlo, en sus corazones, había declarado la guerra a la niña
oscura, no era guerrero, y sus corazones no tenían talento para el odio.
Mientras la miraba alejarse, tan pequeña y tan sola, un momento de claridad lo
sacudió. Quizá Minya fuera salvaje, irredimible, rota sin remedio. Pero si
querían salvar a Sarai y a Weep… tenían que salvarla a ella primero.
~Plato Fuerte~
Balthazar
(Lawrence Durrell)
El mar tenía una tibieza tentadora después de un día soleado de primavera,
y cuando Balthazar subió al bote, se me ocurrió acompañarlo a nado hasta el
barco que estaba a menos de doscientos metros de la orila. Así lo hice y me
mantuve a flote para verlo trepar la escala. Después izaron el bote.
—Cuidado, que no lo atrape la hélice —me gritó—. Váyase antes de echen a
andar las máquinas…
—Sí…
—Espere… antes de irse…
Se metió en un camarote, volvió a salir enseguida y arrojó algo al agua.
Sentí a mi lado una leve salpicadura.
—Una rosa de Alejandría —dijo—, de la ciudad que puede ofrecer todo a sus
amantes salvo la felicidad —lanzó una risita ahogada—. Désela a la niña.
—¡Adiós, Balthazar!
—¡Escríbame… si se atreve!
~Postre~
La milla verde
(Stephen King)
—Las celdas están bastante iluminadas durante toda la noche —dije—. La
mitad de las luces de la Milla Verde están encendidas desde las nueve hasta las
cinco de la mañana. —Entonces pensé que no tendría la más remota idea de qué
estaba hablando; no podía diferenciar la Milla Verde del lodo de Mississippi,
de modo que añadí—: Me refiero a las luces del pasillo.
Hizo un gesto de alivio. No estaba seguro de que supiera lo que era un
pasillo, pero podía ver las bombillas de doscientos vatios en sus portalámparas
de acero.
Aquel día hice algo que no había hecho nunca con un prisionero: le tendí
la mano. Ni siquiera hoy sé por qué lo hice. Quizá fuese por la pregunta de las
luces. Les aseguro que Harry Terwillinger se quedó de piedra. Coffey me
estrechó la mano con sorprendente suavidad; mi mano se perdió en la de él y eso
fue todo. Tenía otra polilla en mi frasco asesino y nada más.
Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".
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