~Aperitivo~
Wild Cards, Jokers salvajes
(Varios, edición de George R. R. Martin)
El
15 de septiembre se convirtió en el día Wild Card. Un momento para las
celebraciones y los lamentos, para la pena y la alegría, para recordar a los
muertos y apreciar la vida. Un día de fuegos artificiales y banquetes
conmemorativos, un día para beber y hacer el amor y pelearse en los callejones.
Cada año, las festividades resultaban mayores y más acaloradas. Las tabernas,
los restaurantes y los hospitales batían récords, los medios empezaron a darse
cuenta y finalmente, por supuesto, llegaron los turistas.
Una
vez al año, sin autorización ni estatuto, el Día Wild Card se apoderaba de
Jokertown y Nueva York, y el carnaval del caos reinaba en las calles.
El
15 de septiembre de 1986 era el cuadragésimo aniversario.
~Entrada~
El
abuelo que saltó por la ventana y se largó
(Jonas Jonasson)
El
anciano no solía exasperarse con la gente, hubiera o no motivo para ello, y en
esta ocasión tampoco lo incomodó la grosería del joven. No obstante, huelga
mencionar que tampoco le inspiró una simpatía especial, lo cual tuvo suma
relevancia en lo que sucedería a continuación.
Que
fue que el coche de línea 202 paró delante de la entrada escasos segundos
después de que el melenas se encerrara en el aseo. Allan miró el autobús y
luego la maleta, después de nuevo el autobús y otra vez la maleta.
Tiene
ruedas, se dijo. Y un asa para llevarla.
Y
entonces se sorprendió tomando lo que se podría calificar como la decisión que
le cambiaría la vida.
~Plato Fuerte~
American
Gods
(Neil Gaiman)
Oyó
un educado carraspeo que provenía del urinario situado a su derecha, aunque no
había oído entrar a nadie.
El
hombre del traje claro era más grande de pie de lo que le había parecido cuando
lo vio sentado en el avión. Era casi tan alto como Sombra, y eso que él lo era
mucho. Miraba fijamente al frente. Terminó de mear, se sacudió las últimas
gotas y se subió la cremallera.
El
hombre le sonrió, como un zorro comiendo carroña de una valla de alambre de
espinas.
—¿Y
bien? —dijo el señor Wednesday—. Ya has tenido tiempo para pensar, Sombra.
¿Quieres el trabajo?
~Entremés~
Historias
de la Academia de Cazadores de Sombras
(Cassandra Clare & Sarah Rees Brennan &
Robin Wasserman & Maureen Johnson)
—[…]
Ahora voy a explicarte toda la medicina moderna.
—Por
favor no hagas eso, Marisol —dijo Jon—. No me siento bien después de que
explicaste la apendectomía. Ni siquiera pude comer.
Marisol
hizo una mueca a su plato.
—Si
lo que dices es cierto, te hice un gran favor.
—Me
gusta comer —dijo Jon.
—Claro
—dijo Marisol—. Así que no te explico medicina moderna, y de repente me ocurre
una emergencia médica. Podría ser resuelto con una pequeña aplicación de
primeros auxilios, pero no sabes eso, y entonces muero. Muero a tus pies, ¿es
eso lo que quieres, Jon?
—No
—replicó Jon—. ¿Qué son los primeros auxilios? Hay… ¿Segundos auxilios?
—No
puedo creer que me dejaras morir cuando eso pudo haber sido evitada tan
fácilmente, si tan solo hubieras escuchado —soltó Marisol sin piedad.
—Está
bien, ¡está bien! Escucho.
—Genial,
consígueme algo de jugo, porque estaré hablando por un rato. Aún estoy dolida
de que hayas considerado dejarme morir.
~Postre~
Doctor
Sueño
(Stephen King)
—Todo
va bien —le tranquilizó Dan—. Solo necesita dormir. El sueño le hará bien.
—¿Es
así como lo llamas?
—Sí.
Lo llamo «sueño». No hay peligro en el sueño.
—No
te vayas.
—No
me voy. Estoy con usted.
Sí.
Ese era su terrible privilegio.
Charlie
volvió a cerrar los ojos. Dan hizo lo propio y vio un destello azul que latía
en la oscuridad. Una vez… dos veces… pausa. Una vez… dos veces… pausa. Fuera,
el viento soplaba.
—Duerma,
Charlie. Lo está haciendo bien, pero está cansado y necesita dormir.
—Veo
a mi mujer. —El más débil de los susurros.
—¿Sí?
—Dice…
No
hubo más, tan solo una última pulsación azul tras los párpados de Dan y una
última exhalación del hombre en la cama. Dan abrió los ojos, escuchó el viento
y esperó el final. Llegó pocos segundos después: una neblina de un apagado
color rojo que surgió de la nariz, la boca y los ojos de Charlie. Era lo que
una vieja enfermera en Tampa […] llamaba «la boqueada». Afirmaba haberla visto
muchas veces.
Dan
la veía todas las veces.
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