~Aperitivo~
Las batallas en el
desierto
(José Emilio Pacheco)
Miré la avenida Álvaro
Obregón y me dije: Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque
todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como
la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de
Mariana. ¿Qué va a pasar? No pasará nada. Es imposible que algo suceda. ¿Qué
haré? ¿Cambiarme de escuela para no ver a Jim y por tanto no ver a Mariana?
¿Buscar a una niña de mi edad? Pero a mi edad nadie puede buscar a ninguna
niña. Lo único que puede es enamorarse en secreto, en silencio, como yo de
Mariana. Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza.
~Entrada~
Reckless. El hilo de oro
(Cornelia Funke)
—Has hecho este largo
camino en vano —los ojos del rostro hilado eran redondos y negros como los de
su guardiana de ocho patas—. Yo no puedo ayudarte. Quieres cortar lo que nadie
puede cortar.
—Lo sé —respondió el
hada—. Pero a cambio te daré la única hebra que no puedes hilar. […]
La Tejedora se
estremeció, pero quizá se debió al viento que atravesaba su cuerpo entretejido.
—Tu red se debilita si le
quitas un hilo. […]
—¡Dame otros! Rojo, azul,
verde, hasta blanco, pero no el de oro.
—Tú misma tendrás que
hilar la hebra que lo sustituya. Yo no hago el diseño ni los hilos. Me limito a
tejerlos.
Llevaba sus tijeras
colgadas al cuello como si fueran joyas: doradas, de plata, tijeras de madera y
de marfil. Las que soltó de la cadena eran de oro.
La Tejedora las hizo
sonar como un pico de pájaro.
—Te debilitará más de lo
que tú crees.
—Lo sé —dijo el Hada
Oscura—. Corta.
~Plato Fuerte~
Crónicas marcianas
(Ray Bradbury)
—Soñé con un hombre
—¿Un hombre?
—Un hombre alto de uno
ochenta.
—Qué absurdo. Un gigante,
un gigante deforme.
—Sin embargo… —replicó la
señora K buscando las palabras—, parecía normal. A pesar de la altura. Y tenía…
oh, ya sé que te parecerá una tontería, pero… ¡tenía los ojos azules!
—¿Ojos azules? ¡Dioses!
—exclamó el señor K—. ¿Qué soñarás la próxima vez? Seguro que los cabellos eran
negros.
—¿Cómo lo adivinaste? —dijo la señora K, excitada.
Él respondió fríamente:
—Elegí el color más inverosímil.
—¡Pues eran negros!
—exclamó ella—. Y tenía la piel blanquísima. Era de verdad muy distinto. Vestía una especie de uniforme, y bajó del cielo y me habló
amablemente.
~Postre~
Crónica de una muerte
anunciada
(Gabriel García Márquez)
El nombre no apareció en
ninguno [sumario], pero es evidente que era un hombre abrasado por la fiebre de
la literatura. Sin duda había leído a los clásicos españoles, y algunos latinos,
y conocía muy bien a Nietzsche, que era el autor de moda entre los magistrados
de su tiempo. Las notas marginales, y no solo por el color de la tinta,
parecían escritas con sangre. Estaba tan perplejo con el enigma que le había
tocado en suerte, que muchas veces incurrió en distracciones líricas contrarias
al rigor de su ciencia. Sobre todo, nunca le pareció legítimo que la vida se
sirviera de tantas casualidades prohibidas a la literatura, para que se
cumpliera sin tropiezos una muerte tan anunciada.
Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".
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