sábado, 1 de abril de 2023

Tinta a la Carta CXI: Desayuno en tres tiempos

~Entrada~
La caja de Navidad
(Richard Paul Evans)
Mis amigos románticos, aquellos en particular que creen en Santa Claus, especulan con el hecho de que la ornamentada caja marrón de Navidad fue decorada por el propio San Nicolás en persona a partir del tronco del verdadero primer árbol de Navidad, venido desde las frías nieves de diciembre hace tanto tiempo. Otros creen que fue hábilmente grabada y pulida con la dura y reseca madera en cuya áspera superficie el Señor de la Navidad demostró por última vez su amor a la humanidad. Mi mujer, Keri, sostiene que la magia de la caja no tiene nada que ver con ningún elemento físico, sino con el contenido que se halla escondido entre sus bisagras de latón en forma de hojas de acebo y sus hebillas de plata. Cualquiera que sea la verdad acerca del origen de la magia de la caja, es su vaciedad lo que yo atesoro primordialmente, así como el recuerdo de la Navidad en la que la caja llegó hasta mí.
 
~Plato Fuerte~
El cascanueces y el rey de los ratones
(E. T. A. Hoffmann)
—Hija mía: tú dominas más que ninguno de nosotros, tú has nacido princesa, como Pirlipat, y reinas en un lugar hermoso y brillante. Pero tienes que sufrir mucho si quieres proteger al pobre y desfigurado Cascanueces, pues el rey de los ratones lo ha de perseguir de todos modos y por todas partes. Y no soy yo quien puede ayudarle, sino tú; tú sola puedes salvarle; sé fuerte y fiel.
Ni Marie ni ninguno de los demás supo lo que quería decir Drosselmeier con aquellas palabras. Al consejero de Sanidad le molestaron tanto que, tomando el pulso al magistrado, le dijo:
—Querido amigo, usted padece de congestión cerebral; voy a recetarle algo.
La madre de Marie movió la cabeza, pensativa, y dijo:
—Yo me imagino lo que el magistrado quiere decir, pero no lo puedo expresar con palabras comunes.
 
~Postre~
Las brujas
(Roald Dahl)
—Nadie la vio moverse. Tanto si estaba fuera, dando de comer a los patos, como si estaba dentro, mirando por la ventana, siempre estaba inmóvil, era solo una figura pintada al óleo. Era todo muy raro —dijo mi abuela—. Rarísimo. Y lo más raro de todo era que, a medida que pasaban los años, ella se iba haciendo mayor en el cuadro. Al cabo de diez años, la niña se había convertido en una chica joven. Al cabo de treinta años, era una mujer madura. Luego, de repente, cincuenta y cuatro años después de lo sucedido, desapareció del cuadro para siempre.
—¿Quieres decir que se murió? —dije.
—¿Quién sabe? —dijo mi abuela—. En el mundo de las brujas pasan cosas muy misteriosas. 

Con mis agradecimientos a Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

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