sábado, 8 de julio de 2023

Tinta a la Carta CXXII: Almuerzo en cuatro tiempos

~Aperitivo~
Memorias de un amigo imaginario
(Matthew Dicks)
Les voy a contar lo que sé:
Me llamo Budo.
Hace cinco años que estoy en el mundo.
Cinco años es mucho tiempo para alguien como yo.
Fue Max quien me puso ese nombre.
Max es el único ser humano que puede verme.
Los padres de Max dicen que soy un «amigo imaginario».
Me gusta mucho la maestra de Max, la señorita Gosk.
No me gusta la otra maestra de Max, la señorita Patterson.
No soy imaginario.
 

~Entrada~

Querida Alejandría

(María García Esperón)

Aquí, Alejandría, interrumpo esta carta, porque las lágrimas me ahogan y el dolor se ha enroscado por sorpresa en la punta de mi cálamo impidiéndome trazar las letras. Porque he mirado hacia atrás y he visto espléndidos y bellos a mis padres y a mis hermanos, sentados sobre tronos de oro y ciñendo coronas. Vi sonreír a Cleopatra y exultar de orgullo a Marco Antonio. Contemplé el alma de Julio César asomada a los ojos de mi hermano mayor. Me reflejé en los sueños dorados de Alejandro Helios y sostuve contra mi pecho a Tolomeo, el pequeño macedonio.

Lloro sobre el papiro, Alejandría, y hago ilegible la despedida, porque sobre esa mañana de los tronos de oro, sobre esos niños, ese adolescente, esa reina y ese espléndido Imperator pasó el aliento inexorable de la muerte, respetando solamente –¿para qué?– a la dueña de esta mano que te escribe, tu hija, Cleopatra Selene.

 

~Plato Fuerte~
El oro del cazador
(Philip Reeve)
—¿Y bien?
—¿Bien qué? —preguntó a su vez Hester, que había tomado una manía instantánea a aquel extraño presuntuoso.
—Lo siento, señor —habló Tom más cortésmente—. No entendemos realmente lo que quiere usted…
—Oh, permítanme que me disculpe. Les pido perdón —farfulló el extraño—. ¡Déjenme que lo aclare! Mi nombre es Pennyroyal. Nimrod Beauregard Pennyroyal. He estado explorando un poco por esas grandes, horribles y altas montañas y ahora me encuentro en viaje de vuelta a casa. Me gustaría encarga pasaje a bordo de su encantadora aeronave.
 
~Postre~
La chica que leía en el metro
(Christine Féret–Fleury)
Descartó, a su pesar, el volumen de relatos, el primer tomo de En busca del tiempo perdido, varias novelas policíacas con cubiertas demasiado estropeadas, un ensayo sobre el sufrimiento en el trabajo, una biografía de Stalin (¿por qué había comprado algo así?), un manual de conversación francés–español, dos gruesas novelas rusas maquetadas en cuerpo 10 e interlineado simple (ilegible) y suspiró. Elegir no era tan fácil.
No le quedaba más remedio que vaciar el cajón. Algo encontraría. Un libro inofensivo, que no pudiera desencadenar la menor catástrofe.
A menos que…
Juliette apartó con la palma de la mano los libros, que cayeron de cualquier manera en lo que, había que admitirlo, parecía una tumba. Luego, cerró el cajón. Era triste; lo sentía, pero de momento no quería detenerse en aquella emoción difusa y desagradable.
Tenía una misión que cumplir.

Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

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