miércoles, 2 de noviembre de 2011

La OSECI presenta... ¿A dónde van los Muertos? (III)

~En la entrada anterior…~

El recorrido de Mitos y Leyendas en el Panteón de la Cruz y el Panteón de los Ángeles había sido bastante escalofriante. La mayor parte de los excursionistas (incluyendo las chicas de la OSECI) terminaron espantados, sin querer saber más de historias de muertos y aparecidos, pero por desgracia, olvidaron que habían ido al Festival de las Calaveras y de eso se trataba, de ver muertos y aparecidos por todos lados. Sin embargo, no cederían a otra de las ideas de Bell en mucho tiempo. Habían comprobado de primera mano por qué era la Fundadora y Líder Suprema de la OSECI.

Sin embargo, era la ciudad de Bell y en cierta forma, ella mandaba. ¿Qué les preparará ahora a sus viajeros en la Tierra de la Gente Buena?

Vamos a averiguarlo.

~En el restaurante del Hotel Francia, la mañana del Día de Todos los Santos…~

El grupo proveniente de Agua Imaginaria tenía marcadas ojeras, debido a la noche en vela pasada a causa del recorrido de la noche anterior. Bell, como siempre se desvelaba, ya estaba acostumbrada a desayunar antes que todo el mundo, pero cuando vio entrar a sus chicas y sentarse a su alrededor como si cerraran un cerco, tragó pesadamente un bocado de huevo con jamón. Miró a las chicas una por una, dedicándoles una sonrisa de buenos días, antes de darle un largo sorbo a su taza de café con leche.

—Buenas, Bell, ¿qué tenemos para hoy? —inquirió Nea Poulain, llegando entonces a la mesa donde la OSECI entera se sentaba —Mencionaste algo de un pastel…

—Sí, sí. Ya lo ordené. Lo llevaré a mi casa en un rato. Pero a eso no iremos, Nea, toca la Isla, ¿te acuerdas?

—¡Ah, sí…!

Las chicas de la OSECI querían saber de qué se trataba aquello, pero Nea fue llamada por B y se fue con él a otra mesa a desayunar.

—Bueno, las dejo —Bell se puso de pie tras acabarse el huevo y el café con leche —Voy a mi casa por el cumpleaños de mi madre, tienen tiempo libre hasta la tarde. Iremos a la Isla San Marcos a pasearnos por los puestos y ver algunos artistas.

Las otras SECI’s asintieron mansamente y eso causó que Bell arqueara una ceja.

—No quiero desastres en MI ciudad, por favor —rogó con voz cansina —Diviértanse, sí, pero no hagan disparates. Pueden usar disfraces en la Isla, a nadie le importará.

Solo hasta que Bell se retiró, Carmen y May se permitieron una sonrisa maliciosa.

Las demás, imaginándose lo que esas dos estaban pensando, ordenaron el desayuno a toda prisa, sin querer ser parte de aquello, pero a sabiendas de que terminarían en medio de todo.

Solo deseaban que Nea o Bell no las atraparan y usaran sus armas con ellas.

~Horas después, en la Isla San Marcos…~

La Isla San Marcos es una construcción de lo más pintoresca. Hay un lago, locales, pista de carreras y demás atractivos para los visitantes. En aquella ocasión, por ser la sede del Festival de las Calaveras, no dejaban de hallar cosas alusivas a los muertos por todas partes.

—¿Qué tiene este país con la muerte? —quiso saber Luna con curiosidad.

Nea la miró con una ceja arqueada, acariciando el látigo y la daga que le colgaban del cinturón. Luna tragó saliva e intentó arreglarlo.

—No es que no celebremos fiestas parecidas en España, pero la verdad…

Ahora Veerie y Mery veían con desconfianza a la Messias, quien prefirió dedicar un halago a algo bonito que tenía enfrente, para quitarse el problema de encima.

—¡Pero miren nada más! Debe costarles un montón de trabajo armar esto, ¡qué guay!

Las dos SECI’s mexicanas y Nea sonrieron con orgullo ante el altar de Muertos que admiraba Luna. Pronto todo el grupo veía el trabajo de algunos trabajadores de la Isla, que de seguro les había llevado varias horas.

Los altares de Muertos eran cosa cotidiana para el mexicano promedio, al menos en esas fechas. Ahora que tenían tiempo para recordarlo, los excursionistas de Agua Imaginaria creyeron haber visto unos cuantos en el cementerio la noche anterior, pero no pudieron fijarse bien por el dichoso recorrido de Mitos y Leyendas. Sin embargo, ante sí tenían una explanada llena de puestos, con diferentes cosas alusivas a la venta y en ciertos puntos, composiciones como aquella, con algunos escalones llenos de veladoras, comida, vasos de agua, cruces al pie compuestas por pétalos anaranjados o por sal y hasta la cima, rodeada de papel picado de distintos colores y figuras, la fotografía del difunto a quien estuviera dedicado esa especie de monumento a su memoria. Algunos personajes eran bastante conocidos para cualquier mexicano; tanto así que se oían frases peculiares al respecto.

—¡Ya me imaginaba que pondrían un altar a Posada! Sin él no tendríamos Catrina…

—Eh, ¿viste el altar a Pedro Infante? ¡Les quedó genial!

—Por allá está el de Diego Rivera. Y claro, si está Diego, también Frida…

—¿Quiénes son todos esos? —inquirió tímidamente Writer.

Lejos de echarle miradas asesinas (cosa que a Luna le pareció un poquitín injusto), Bell se ofreció a hacerle una descripción rápida de cada personaje, aunque admitió que no recordaba con exactitud algunas fechas de la biografía de cada uno. Ayudó en la tarea el cartelito que cada altar ostentaba, pero fuera de eso, hubo más que prestaron atención, aparte de Writer.

—Por cierto, Bell, ¿cómo te fue en tu cada? —quiso saber la seudo–madre de Doño Dann, que durante el día, supieron que se llamaba Sole.

—Ah, nada del otro mundo. Saludé a mi madre, ella no quiso el pastel, le di su regalo, me regañó, se enojó, probamos el pastel y nos despedimos.

Los que alcanzaron a oír eso pensaron lo mismo sin saberlo: el hogar de Bell debía ser una auténtica casa de locos, para que ella fuera como era.

—Etto… Las calaveritas de azúcar, ¿se pueden comer, Bell–sempai? —quiso saber Joke, relamiéndose por adelantado.

—Ah, sí, claro. Pero prefiero las de chocolate. Ayer comí unas y…

—¿Y con quién te las comiste? —inquirió Carmen, maliciosa.

Bell fingió sordera con la excusa de acercarse a lo que se llamaba “Teatro del Pueblo”, aunque le salió tan bien que todos creyeron que de verdad no oyó la pregunta por el exceso de ruido en ese punto de la Isla.

—¡Demonios, la exclusiva! —masculló por lo bajo el Inquisidor, que como director de El Hermoso Heraldo, quería aportar algunos chismes para cuando regresaran al pueblo.

—Cariño, publicas algo malo de Bell y te las verás conmigo —amenazó Baru.

—¡Eh, calaveritas de barro! —exclamó Veerie, encantada, llegando a un puesto —Hacía años que no veía una tan grande.

Las mencionadas calaveritas, casi siempre pintadas de plateado, lucían en sus frente el nombre que el cliente pidiera y en la parte de arriba, les salía un cordón con el cual abría y cerraba las mandíbulas. Era un objeto bastante simpático y todas las SECI’s compraron una, jugando con ellas mientras caminaban hacia los asientos frente al Teatro del Pueblo.

Contemplaron la presentación de un grupo bastante alegre, antes de darse cuenta que había oscurecido. Con el horario de invierno en marcha, se sentía que la tarde no duraba nada.

—Bien, podemos irnos al hotel. Mañana es nuestro último día aquí —avisó Bell con una sonrisa —Iremos al Desfile de las Calaveras y pasado mañana, temprano, regresamos al pueblo.

El programa fue recibido con entusiasmo, dejando que Bell se adelantara unos metros antes que Carmen, May y una amiga de la Alcaldesa (que por lo visto se llamaba Tato) hicieran señas al resto de sus acompañantes para informarles lo que estaban planeando.

La Fundadora y Líder Suprema de la OSECI no sabía la que se le venía encima por el hecho de presentarles un poco de tétrica diversión.

~En Madero, la tarde del 2 de noviembre…~

Las festividades tocaban a su fin y la ciudad de Aguascalientes se veía medianamente desierta. Bell se les perdió un instante a sus chicas y el resto de los excursionistas para visitar el Panteón de la Cruz a plena luz del día, con un ramo de flores en la mano que repartió entre dos sepulturas, rezando ante ellas brevemente. Luego, tomó un taxi para ir a Jardines Eternos, otro camposanto, donde repitió el procedimiento. Pero allí se permitió soltar un suspiro.

—No sé si soy lo que hubieran querido, pero creo ser feliz, ¿está bien?

Les hablaba a aquellos parientes visitados en primer lugar y a los que visitaba ahora. Sus abuelos (tanto maternos como paternos), una tía y un sobrino. Esperaba que alguno de ellos sintiera que ella hacía sus sueños realidad, aunque fuera un poquito.

Regresó al Centro, no sin antes dar una vuelta a Catedral. Allí, con discreción, miró entre pilares e imágenes religiosas hasta hallar los nichos para los difuntos. Temió haberse equivocado cuando no vio el nombre que buscaba, pero al final lo encontró y le dedicó una sonrisa triste antes de dejar allí una rosa blanca.

—Ironía, ironía, es la historia de mi vida —recitó con un meneo de cabeza —Y pensar que pudimos estudiar juntos…

Le hablaba a un viejo amigo, al que vio por última vez de manera fugaz, en el campus de la universidad. Recordaba vagamente que la había saludado pero ella, despistada, no atinó a voltear sino hasta que él se desvaneció. Ahora se arrepentía enormemente de eso.

—Lamento eso —le dijo al nombre, refiriéndose al despiste —Que estés bien.

Sin más qué hacer, se encaminó al hotel, a donde llegó llamando a las habitaciones de todos sus viajeros, instándolos a acomodarse en los balcones de quienes tenían vista a la calle Madero. Eso sería mucho mejor que salir a la acera, que ya estaba medianamente llena.

—¿Y qué hacemos aquí? —quiso saber Doño Dann, arqueando una ceja.

—Vamos a ver eso —Bell señaló hacia su derecha.

Los demás se estiraron por encima del barandal para saber a qué se refería y se quedaron pasmados. Lo que veían no le hacía justicia a lo que Bell les había descrito a toda prisa cuando los mandó salir a los balcones.

Carros alegóricos llenos de color, flores y esqueletos se acercaban por la abarrotada calle. Más aún, entre cada uno, grupos de personas disfrazadas e interpretando algún baile o leyenda, hacían que el público les gritara y aplaudiera sin cesar. De algún sitio cercano, en la acera de enfrente, un par de periodistas hacían la presentación de cada carro y grupo que pasaba ante los sitios de honor, ocupados por la presidenta municipal, el gobernador y otras personalidades.

—Aquí sí que se lucen —apuntó Veerie, dando saltitos.

—En mi ciudad hacemos altares y cosas así, pero esto es otra cosa —concordó Mery.

—¿Estás tomando buenas fotos? —le preguntó Nea a B con entusiasmo.

El muchacho asintió silenciosamente con la cabeza.

—Nunca creí decirlo, pero gracias por traernos, Bell —dijo entonces el Inquisidor, que en apariencia, le había perdonado el susto de la primera noche de viaje.

—De nada. Cuando quieran, volvemos. Cada año salen con algo distinto.

En ese momento, se apagó la luz de la habitación que la joven mujer de lentes compartía con Veerie y Nea. Las tres se miraron entre sí, extrañadas.

—¿Quién va? —inquirió Bell, haciendo una mueca.

No le contestó nadie, pero se escuchó como si alguien caminara por la habitación, tropezando con algunas cosas.

—¿Hola? —saludó una voz femenina, tímida —Me dejó entrar un botones, Bell.

—¡Llegaste! —la aludida dejó su sitio en el balcón y corrió hacia donde se escuchaba la voz, aunque tropezó con una silla y cayó al alfombrado suelo —¡Diantres, eso dolió!

—¿Quién es, Bell? —quiso saber Nea, arqueando una ceja.

—¡Mako! ¡Mako–sama! Vive cerca y le dije que si podía, pasara a saludar.

Veerie y Nea se quedaron boquiabiertas. ¿Mako? ¿La misma Makoto Black de la que ellas habían oído hablar? Sabían que ella y Bell estudiaron en la misma ciudad, pero de eso a que se conocieran personalmente…

—Ya, fue un poco complicado, pero cuando mencionaste “Hotel Francia” y “balcones”, supe que podría ver el desfile sin empujones —rió Mako, dejándose ver a la luz de los postes del exterior, con lo que Veerie y Nea se convencieron de que sí era Makoto Black —Mucho gusto. Oye, ¿y por qué se apagó la luz?

—¿Perdón? ¿No fuiste tú, Mako?

Al negar la recién nombrada, Bell frunció el ceño, pero no le duró mucho el gesto, porque más ruidos en el cuarto hicieron que tanto ella como sus acompañantes miraran a su alrededor, intentando encontrar la fuente del sonido.

—¿No suenan como alas? —sugirió la Sublíder Hippie, nerviosa.

—No digas disparates, ¿cómo se iba a meter un pájaro aquí? —espetó Nea.

—Ah, Nea, por allá…

El novio de la chica del látigo señaló un punto de la habitación, donde una sombra alargada agitaba algo que de verdad parecían alas. Lo miraron fijamente hasta que…

—¡Aaaahhhhh!

—¿Qué diablos son estas cosas?

—¡Quítenmelos, quítenmelos!

—¿De dónde rayos salieron?

Los gritos nos se hicieron esperar, pero el resto de las personas provenientes de Agua Imaginaria se hicieron las desentendidas y con el ruido que hacía el desfile, no les costó nada de trabajo. Al final, se vio salir un montón de cosas negras entre un furioso batir de alas, que se perdió de vista sobre los carros alegóricos que al final de la calle Madero, daban vuelta en Galeana.

—¿Qué demonios sucede aquí? —preguntó Bell a gritos, con la katana desenvainada.

—Alguien pagará caro por esto —Nea estaba que echaba chispas, con el látigo en la mano y revolviendo cariñosamente el cabello de B, que seguía un poco tembloroso.

—¿Y para eso me invitaste, Bell? ¿Para que me tocara una bromita de éstas? —se quejó Mako, entre asustada y enfurruñada.

—¡Alguien va a morir y no lo matará Bell! —vociferó de pronto Veerie, saliendo disparada de la habitación, seguro rumbo a donde estaban las culpables.

En los pasillos del hotel, los excursionistas y el resto de la OSECI esperaban pacientemente a las víctimas, aunque lamentaban haber involucrado a algunos desconocidos.

—Disculpen —llamó una voz masculina.

Carmen y Mery se giraron. Era un hombre más o menos de su edad, vestido con uno de esos antiguos trajes de etiqueta, de color negro y bien planchado. La camisa en algún momento fue blanca, pero a la luz se veía amarillenta. El hombre era tan pálido que pensaron que quizá estaba enfermo, aunque sonreía amablemente.

—¿Sí, dígame? —dijo Mery con cortesía.

—Busco la habitación trescientos cuarenta, ¿estoy en la planta correcta?

—Sí, vaya más adelante y a la izquierda —indicó Carmen.

—Muchas gracias.

El hombre se adelantó y todos lo miraron por un momento antes que las luces del pasillo parpadearan sin ton ni son.

Cuando las luces regresaron a la normalidad, no había nadie.

—¡No otra vez! —se lamentó Luna por lo bajo.

—Señor, señor, ¿ha visto a mi mamá?

Doño Dann bajó la cabeza al sentir un tirón de su pantalón. Un niñito de unos cuatro o cinco años, con el cabello muy corto, lo veía con ojos fijos, vacíos, apenas dedicándole una sonrisa que además de tierna, tenía algo de macabra.

—¿Quién es tu mamá, niño?

—Ah, una señora bonita de vestido largo color café. Me caí del carruaje y ya no volvió.

Dann se quedó mirando al niño con el terror pintado en la cara, hasta que el pequeño lo dejó y se fue por el mismo camino que el hombre del traje de etiqueta.

En la parte trasera de su cabeza, se veía un golpe sangrante y grotesco que a todos les hizo contener un grito de espanto.

E igualmente el niño desapareció del pasillo tras un largo parpadeo de luces.

—¡Oigan, lo de los tecolotes no estuvo bien, saben que me asustan!

—¡Ahhhhhhh!

Los nervios alterados de quienes esperaban se crisparon con el reclamo de Veerie, cosa que ella no comprendió. Lo único que quería era regañarlos por haber metido un montón de tecolotes a su cuarto cuando estaba a oscuras, porque esas aves en particular le causaban cierto miedo, ¿y ahora ella los asustaba a ellos? Era el colmo.

Tras la Sublíder Hippie, llegaron Bell, Mako, Nea y el novio de ésta. Cabe añadir que Bell y Nea tenían en alto sus armas, dispuestas a repartir golpes.

—¿Ahora qué pasa? —soltó una Nea impaciente.

Pad y Tato se decidieron a contar lo que acababan de ver, lo que causó que ahora también Veerie, Nea y B se pusieran a temblar un poquito. Bell intercambió una mirada con Mako.

—Yo no lo hice —dijeron ambas a la vez, girándose hacia el resto de los presentes.

Por lo tanto, antes que otra cosa sucediera, cada quien regresó a su respectiva habitación a rezar como condenado a muerte porque no saliera otro fantasma a espantarlos.

Aunque quién sabe, el Día de Muertos de eso se trataba, ¿no?

A ver si ningún espíritu los seguía a Agua Imaginaria.

1 comentario:

  1. Me amo.

    Okey, ya no más narcisimo. Bell, me encanto :P y ya vez le atinaste a uno de mis pasatiempos favoritos xD (revlverle el cabello a B... aunque el favorito es picarle los hoyuelos de las mejillas :3)

    Felicidades, Bell. :P Te quedó espectacular...

    Nea

    PD: Por cierto, acabo de pensar que un especial por navidad no estaría mal. Hace mucho que no escribo RPF

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