Título: Los Reyes Malditos VII. De cómo un Rey perdió Francia (en el idioma original, Quand un Roi perd la France).
Autor: Maurice Druon.
Sinopsis: [...] Este monarca, que pasó a la historia como Juan el Bueno, fue en realidad un hombre vanidoso y cruel, a la par que indeciso e incapaz. Francia se ve amenazada por Inglaterra, desgarrada por luchas entre clanes y facciones. Mientras tanto, los impuestos aplastan a la población, la Iglesia atraviesa por una profunda crisis, la peste asuela al país y el rey acumula error tras error... [...] (Extracto de la contraportada de mi ejemplar).
Editorial de mi ejemplar: Ediciones B (a través de byblos).
¿Qué les puedo decir? Esta, señoras y señores, es la conclusión oficial de la serie de Los Reyes Malditos. Decir que fue una especie de odisea leer siete libros seguidos con la misma ambientación es lógico, ¿no? Sobre todo porque, siendo novela histórica, no podía dejarme vencer por la curiosidad y buscar datos sobre alguno de los personajes, o habría sido un spoiler tremendo. Eso y que te pierdes un montón con los nombres, los cargos, los nombres repetidos... De locos, la verdad.
La introducción nos hace una recapitulación de cómo nació Francia, esa nación de la que muchos se sentían muy orgullosos, al menos hasta que las desgracias comenzaron a mermarla y dividirla. Una de las grandes amenazas que tuvo que soportar fue el inicio de un conflicto con Inglaterra, conocido como la segunda (sí, la segunda) Guerra de los Cien Años, la cual Francia apenas podía enfrentar, si es que ignoraba sus conflictos internos. Ahora, ¿hubo alguna oportunidad de paz antes que las cosas se torcieran más de lo debido? Es lo que esta séptima entrega intenta explicar.
El estilo de narración, al iniciar la historia, nos hace darnos cuenta que estamos por adentrarnos en una Francia ligeramente diferente a la que dejamos en La Flor de Lis y el León. Helio de Talleyrand, llamado con frecuencia el cardenal de Périgord, es un enviado del papa Inocencio VI para intentar concertar la paz entre Juan II el Bueno, rey de Francia, y Eduardo III Plantagenêt, rey de Inglaterra. En su largo recorrido por los caminos franceses, va narrando a un sobrino suyo (que en el transcurso de la novela llama Archambaud) y a veces a su secretario, lo que sabe de los conflictos en el reino. En realidad, el panorama para Francia no es de lo más alentador, estando en guerra con Inglaterra desde hacía tiempo, luego con la llegada de la epidemia conocida como peste negra, aderezada con la fragmentación aparente de la Iglesia, que tiene miembros que quieren fervientemente que la sede del papado regrese a Roma.
Varios sucesos son los descritos en este libro, girando principalmente en torno a las acciones de Juan II, hijo de Felipe VI de Valois, que demuestra no ser mejor rey que su padre, dado que toma ciertas decisiones que traen infortunio al reino. Así mismo, se muestra un retrato interesante de Carlos de Navarra, apodado el Malo, que entre otras cosas, pretende la corona francesa al ser hijo de Juana de Navarra, hija de Margarita de Borgoña y Luis X el Obstinado, de quien jamás se pudo afirmar, con toda seguridad, que no fuera una bastarda (basada esa opinión en el adulterio de su madre, narrado en El Rey de Hierro).
Con conflictos aquí y allá, cualquiera hubiera querido que Juan II fuera un gobernante sabio, digno de su título, pero no. Su comportamiento ante ciertas situaciones acarreaba descontento, aunque el pueblo no sabía si era mejor tenerlo a él que a los ingleses saqueando sus bodegas y quemando sus casas. Es por eso que, al no obtener buen resultado con si invervención en Poirtiers, el cardenar de Périgord le cuenta todo a su sobrino cuando, tras la batalla en ese sitio, el rey Juan cae prisionero del príncipe de Gales, primogénito de Eduardo III.
Es curioso leer un libro narrado en primera persona por un personaje que casi siempre está ausente de los acontecimientos que está describiendo. En serio, solo se nota más su importancia en la parte final, en Poirtiers, donde va de un lado a otro, desde el campamento de una nutrida tropa francesa hasta el lugar de asentamiento de un pequeño grupo inglés, queriendo obtener la paz. Solo que el carácter impredecible del monarca francés le gana la partida y echa a la basura todas las concesiones que consiguió solo por querer entrar a combate.
Así, que no nos extrañe que Francia, en aquellos años turbulentos, perdiera gran parte de su esplendor, mientras la importancia de Inglaterra aumentaba y otros personajes alcanzaban la verdadera gloria.
Cuídense mucho y nos leemos a la próxima.
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