sábado, 24 de marzo de 2012

Tinta a la Carta XVII: Almuerzo en cuatro tiempos

~Aperitivo~
Corazón
(Edmundo de Amicis)
El herrero, que había permanecido escuchando con la boca abierta, miró fijamente al Inspector y al Director, y luego a su hijo, que estaba delante de él con la vista baja, sin parar de temblar; y como si recordase o comprendiese entonces por primera vez lo que había hecho padecer a su hijo, así como la bondad y la heroica perseverancia con que le había aguantado, se le advirtió de pronto en su cara cierta estupefacta admiración, luego una amarga pena, y por fin, una ternura violenta y triste; agarró con rápido gesto al muchacho por la cabeza y lo estrechó fuertemente contra su pecho. Todos nosotros pasamos por delante de él. Yo le invité a que viniese a casa el jueves con Garrone y Crossi: otros le saludaron; unos le daban golpecitos cariñosos, otros se limitaban a tocar la medalla; todos le decían algo. El padre nos miraba con cara de asombro, apretando contra su pecho la cabeza del hijo, que no paraba de sollozar.

~Entrada~
Cinco Semanas en Globo
(Julio Verne)
—¿En qué piensas, Samuel? —preguntó Dick.
—En un raro contraste de la Naturaleza, en una extraña coincidencia del azar. ¿Sabes en qué tierra yacen los restos de ese bienaventurado?
—¿A qué te refieres?
—Ese misionero que había hecho voto de pobreza, reposa desde ahora en una mina de oro.
—¡Una mina de oro! —exclamaron a la vez Dick y Joe.
—¡Así como suena! —contestó tranquilamente el doctor —Esos bloques que pisotean, como pedruscos sin valor, contienen mineral de gran pureza.

~Plato Fuerte~
Retrato en sepia
(Isabel Allende)
—No les gustó el desafío —sugerí.
—No. Se espera que las mujeres cuidemos la reputación del marido, por vil que sea.
—Su marido no era vil —la rebatí.
—No, pero hacía tonterías. En todo caso, no me arrepiento de la famosa cama, he dormido en ella por cuarenta años.
—¿Y qué hizo su marido al verse descubierto?
—Dijo que mientras el país se desangraba en la Guerra Civil, yo compraba muebles de Calígula. Y negó todo, por supuesto. Nadie con dos dedos de frente admite una infidelidad, aunque lo pillen entre las sábanas.
—¿Lo dice por experiencia propia?
—¡Ojalá fuera así, Aurora! —replicó Paulina del Valle sin vacilar.

~Postre~
Carta desde mi pueblo
(Carolyn Hart)
Cuando abrí el sobre y vi las tres hojas —escritas en apretados garabatos, casi indescifrables— por poco y las arrojo sin leerlas; el encabezado me detuvo: Querida Gretchen… En más de medio siglo nadie me había llamado “Gretchen”. Gretchen… Yéndome hacia atrás en el tiempo, recordé a una chica de pelo negro, ojos azules, esbelta y anhelante, muy distinta y lejana de la vieja que caminaba ahora con gran decisión entre las tumbas.
Recordé a esa joven de tiempo atrás…

Con mis agradecimientos a Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas de "Tinta a la Carta".

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