sábado, 23 de enero de 2016

Tinta a la Carta LXXXIV: Merienda en cuatro tiempos

~Aperitivo~
El Orden y el Caos
(Louise Cooper)
—Dame la joya, demonio del Caos.
La cara de Aeoris se estaba nublando con la cólera del que se siente frustrado.
Tarod le miró. Aflojó los dedos, de manera que brilló el anillo con su clara gema, luchando contra el brillo del aura del Señor Blanco. Entonces, sonrió despacio y fríamente, y dijo con suave malevolencia:
—Creo que no lo haré.
—¿Qué significa esto? —tronó la voz de Aeoris.
Tarod rió por lo bajo.
—Te has cegado, Aeoris del Orden. Has reinado durante tanto tiempo que te has olvidado de lo que es una oposición. ¡Creo que ha llegado el momento de que aprendas la lección!

~Entrada~
El amor huele a café
(Nieves García Bautista)
El Confidente de Melissa podría ser una cafetería más, algo especial por su comida extranjera y su aroma a café recién molido, intenso y oscuro, que es amargo y dulce, que excita y relaja a la vez.
Este es un lugar acogedor con muebles de escasas pretensiones, quizá insignificantes para las miradas más exquisitas, pero ricos en las historias y confidencias que se han ido posando sobre ellos y de las que son testigos silenciosos.
A este sitio le da nombre un confidente de nogal, viejo y desgastado, pero aún extraordinario por el delicado y laborioso tallado que unos dedos adolescentes labraron en la madera. En un rincón, el confidente gobierna callado y señorial, y, a pesar del la buenaventura a cambio de la voluntad. Hay quienes la creen, otros no. Pero todos se sienten intimidados por sus intensos ojos, que arden como dos brasas del color de la esmeralda.

~Plato Fuerte~
El sustituto
(Brenna Yovanoff)
En la cuna, el niño llora de esa forma angustiosa y tensa. Su rostro reluce entre los barrotes. El hombre entra por la ventana —huesudo, con abrigo negro— y coge al niño. Escapa sigilosamente, dejándose resbalar sobre el alféizar, cierra la ventana, vuelve a colocar la mosquitera. Ya se ha ido. En la cuna hay otra cosa.
En esta historia, Emma tiene cuatro años. Se levanta de la cama y avanza dando pequeños pasos por el suelo con su pijama de cuerpo entero. Cuando alarga la mano entre los barrotes, lo que hay en la cuna se le acerca. Intenta morderla y ella saca la mano, pero no retrocede. Se pasan toda la noche mirándose en la oscuridad. Por la mañana, esa cosa sigue acurrucada sobre el estampado de corderitos y patitos de las sábanas, mirándola. No es su hermano.
Soy yo.

~Postre~
Forrest Gump
(Winston Groom)
—Señor Gump —dijo el juez—, ¿se da cuenta de que ha golpeado al secretario del Senado en la cabeza con su medalla?
Yo no respondí, pero comprendí que esta vez me había metido un lío muy gordo.
—Señor Gump —prosiguió el juez—, ignoro por qué un hombre de su valía, que ha demostrado ser un patriota, se halla mezclado con esa pandilla de sinvergüenzas, de modo que ordeno que sea trasladado a una institución psiquiátrica, donde será sometido a observación durante treinta días, a fin de averiguar qué le ha impulsado a cometer esta estupidez.
Los guardias me condujeron de nuevo a la celda y al cabo de un rato me trasladaron en un coche celular al hospital psiquiátrico de St. Elizabeth.
Al fin, tal como había dicho mi madre, habían conseguido encerrarme.

Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

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