sábado, 21 de julio de 2012

Tinta a la Carta XXXIV: Merienda en cuatro tiempos

~Aperitivo~
La Leyenda del Rey Errante
(Laura Gallego García)
[…] Ya no le importaban para nada su palacio ni su reino; su única obsesión consistía en encontrar la pista de los tres ladrones, Masrur, Suaid y Hakim, su antiguo aprendiz y compañero. Pero no lo alimentaba el odio ni el deseo de venganza. Mientras cabalgaba hacia el interminable desierto, solo lo atormentaba el peso de la culpa y los remordimientos por haber fallado en lo que él consideraba su penitencia personal por el daño que había hecho al tejedor de alfombras, Hammad ibn al–Haddad: él era responsable de la existencia de aquella prodigiosa alfombra y debía, por tanto, evitar que cayera en malas manos…
Walid ibn Huyr, último rey de Kinda, espoleaba sin cesar su caballo mientras dejaba atrás su palacio en la ciudad de las siete torres, una noche sin luna, con todas las estrellas del universo brillando sobre el desierto y una sola idea martilleando en su cabeza: debía recuperar esa alfombra.
Debía recuperar esa alfombra.

~Entrada~
Tokio Blues (Norwegian Wood)
(Haruki Murakami)
[…] Todo era demasiado nítido, y yo nunca supe cómo moldearlo. El mapa más detallado puede no servirnos en algunas ocasiones por esa misma razón. Pero ahora lo sé. En definitiva –así lo creo–, lo único que puedo verter en este repertáculo imperfecto que es un texto son recuerdos imperfectos, pensamientos imperfectos. Y cuanto más ha ido palideciendo el recuerdo de Naoko, más capaz he sido de comprenderla. Ahora sé por qué me pidió que no la olvidara. Por supuesto, ella intuía que mi memoria la borraría algún día. Por eso me lo pidió: «¿Te acordarás siempre de que existo y de que he estado a tu lado?»
Este pensamiento me llena de una tristeza insoportable. Porque Naoko jamás me amó.

~Plato Fuerte~
Persuasión
(Jane Austen)
¡Anne Elliot, con todos sus títulos de familia, de belleza y de inteligencia, malograrse a los diecinueve años; comprometerse en un noviazgo con un joven que no tenía para abonarle a nadie más que a sí mismo, sin más esperanzas para alcanzar alguna distinción que los azares de una carrera de las más inciertas, y sin relaciones que le asegurasen un ulterior encumbramiento en aquella profesión! ¡Era un desatino que solo de pensarlo la horrorizaba! ¡Anne Elliot, tan joven, tan inexperta, atarse a un extraño sin posición ni fortuna, mejor dicho, hundirse por su culpa en un estado de dependencia extenuante, angustioso y devastador! No debía ser, si la intervención de la amistad y la autoridad de quien era para ella casi como una madre y que tenía sus derechos podía evitarlo.

~Postre~
Si hubiera espinas
(V. C. Andrews)
Me estremecí. ¿De qué diablos estaban hablando? ¿A qué abuela se referían?
—Sí —susurró, acercando los labios a la cara de él —Creo que tuve pesadillas cuando me tendí en el dormitorio después de bañarme. Ni siquiera recuerdo haber subido la escalera hasta aquí. No sé por qué vengo ni por qué bailo, a menos que esté perdiendo la cabeza. A veces tengo la intención de que soy ella, y entonces me odio.
—No, tú no eres ella, y mamá se halla a muchos kilómetros de aquí y no puede volver a hacernos daño. Virginia está a casi cinco mil kilómetros de aquí, y todo aquello pasó. Cuando te asalte alguna duda, piensa que si conseguimos sobrevivir a lo peor, ¿no es lógico que podamos soportar lo mejor?

Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

1 comentario:

  1. Me ha gustado el postre y el plato fuerte ;)... son geniales los extractos!
    No he leído ninguno pero me han dejado con ganas, sobretodo el de Gallego!

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