~Aperitivo~
La Leyenda del Rey Errante
(Laura
Gallego García)
[…] Ya no le importaban para nada su palacio ni su
reino; su única obsesión consistía en encontrar la pista de los tres ladrones, Masrur,
Suaid y Hakim, su antiguo aprendiz y compañero. Pero no lo alimentaba el odio
ni el deseo de venganza. Mientras cabalgaba hacia el interminable desierto,
solo lo atormentaba el peso de la culpa y los remordimientos por haber fallado
en lo que él consideraba su penitencia personal por el daño que había hecho al
tejedor de alfombras, Hammad ibn al–Haddad: él era responsable de la existencia
de aquella prodigiosa alfombra y debía, por tanto, evitar que cayera en malas
manos…
Walid ibn Huyr, último rey de Kinda, espoleaba sin
cesar su caballo mientras dejaba atrás su palacio en la ciudad de las siete
torres, una noche sin luna, con todas las estrellas del universo brillando
sobre el desierto y una sola idea martilleando en su cabeza: debía recuperar
esa alfombra.
Debía recuperar esa alfombra.
~Entrada~
Tokio Blues (Norwegian Wood)
(Haruki
Murakami)
[…] Todo era demasiado nítido, y yo nunca supe cómo
moldearlo. El mapa más detallado puede no servirnos en algunas ocasiones por
esa misma razón. Pero ahora lo sé. En definitiva –así lo creo–, lo único que
puedo verter en este repertáculo imperfecto que es un texto son recuerdos
imperfectos, pensamientos imperfectos. Y cuanto más ha ido palideciendo el
recuerdo de Naoko, más capaz he sido de comprenderla. Ahora sé por qué me pidió
que no la olvidara. Por supuesto, ella intuía que mi memoria la borraría algún día.
Por eso me lo pidió: «¿Te acordarás siempre de que existo y de que he estado a
tu lado?»
Este pensamiento me llena de una tristeza
insoportable. Porque Naoko jamás me amó.
~Plato
Fuerte~
Persuasión
(Jane
Austen)
¡Anne Elliot, con todos sus títulos de familia, de
belleza y de inteligencia, malograrse a los diecinueve años; comprometerse en
un noviazgo con un joven que no tenía para abonarle a nadie más que a sí mismo,
sin más esperanzas para alcanzar alguna distinción que los azares de una
carrera de las más inciertas, y sin relaciones que le asegurasen un ulterior
encumbramiento en aquella profesión! ¡Era un desatino que solo de pensarlo la
horrorizaba! ¡Anne Elliot, tan joven, tan inexperta, atarse a un extraño sin
posición ni fortuna, mejor dicho, hundirse por su culpa en un estado de
dependencia extenuante, angustioso y devastador! No debía ser, si la intervención
de la amistad y la autoridad de quien era para ella casi como una madre y que
tenía sus derechos podía evitarlo.
~Postre~
Si hubiera espinas
(V.
C. Andrews)
Me estremecí. ¿De qué diablos estaban hablando? ¿A
qué abuela se referían?
—Sí —susurró, acercando los labios a la cara de él
—Creo que tuve pesadillas cuando me tendí en el dormitorio después de bañarme.
Ni siquiera recuerdo haber subido la escalera hasta aquí. No sé por qué vengo
ni por qué bailo, a menos que esté perdiendo la cabeza. A veces tengo la
intención de que soy ella, y entonces me odio.
—No, tú no eres ella, y mamá
se halla a muchos kilómetros de aquí y no puede volver a hacernos daño.
Virginia está a casi cinco mil kilómetros de aquí, y todo aquello pasó. Cuando
te asalte alguna duda, piensa que si conseguimos sobrevivir a lo peor, ¿no es
lógico que podamos soportar lo mejor?
Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".
Me ha gustado el postre y el plato fuerte ;)... son geniales los extractos!
ResponderEliminarNo he leído ninguno pero me han dejado con ganas, sobretodo el de Gallego!