sábado, 16 de diciembre de 2023

Tinta a la Carta CXXXIII: Comida en cinco tiempos

~Aperitivo~
Wild Cards, El viaje de los ases
(varios, edición de George R. R. Martin)
Los jokers generan lástima y odio. Pero los ases aún conservan gran poder, y por primera vez en muchos años un importante segmento del público ha empezado a desconfiar de ellos y a temer dicho poder. No es de extrañar que demagogos como Leo Barnett hayan ganado tanta presencia en la opinión pública recientemente.
Así que estoy convencido de que nuestro viaje tiene una agenda oculta: lavar la sangre con algo de "buena tinta", como se dice, a fin de disipar el miedo de la gente, reconquistar su confianza y alejar los pensamientos del público de los sucesos del Día Wild Card.
Admito tener sentimientos encontrados con respecto a los ases, algunos de los cuales definitivamente abusan de su poder. Sin embargo, como joker, espero desesperadamente que tengamos éxito… y temo desesperadamente las consecuencias en caso de que no sea así.
 
~Entrada~
Matar un reino
(Alexandra Christo)
—Si eres la poderosa Perdición de los Príncipes, entonces podrás robar el corazón de este príncipe incluso sin tu voz. Sin tu canción.
Intento aferrarme a la conciencia, pero el océano me ahoga. La sal y la sangre raspan mi garganta hasta que solo puedo jadear y golpear. Pero aguanto. No sé qué pasará si cierro los ojos. No sé si alguna vez los abriré de nuevo.
—Si quieres regresar —gruñe la Reina del Mar—, tendrás que traerme su corazón antes del solsticio.
Intento concentrarme, pero las palabras de mi madre se convierten en ecos. Sonidos que no puedo entender. No logro entender ni orientarme. Me ha destrozado y no es suficiente para ella.
Mis ojos comienzan a cerrarse. El negro del mar se difumina en el fondo de ellos. El agua de mar se arremolina en mis oídos hasta que no queda más que entumecimiento. Con una última mirada a la sombra borrosa de mi reina, cierro los ojos y me rindo a la oscuridad.
 
~Plato Fuerte~
Fuego
(Joe Hill)
El Bombero levantó la mano izquierda, respiró hondo y sopló para librarse de los restos del humo. Tenía la palma bosquejada de escama de dragón. Las delicadas líneas negras estaban cubiertas de cenizas, la superficie blanca como la nieve, con unas cuantas chispas que despedían un leve brillo. El resto de la piel que le cubría la mano estaba… bien. Limpia, sana y rosada, y sin quemadura alguna, aunque pareciera imposible.
—Me encanta cuando hace eso, pero el mejor truco es cuando crea un fénix. Es mejor que los fuegos artificiales —dijo Allie.
—¡Cierto! —exclamó el inglés mientras giraba la cabeza para dedicarles una sonrisa descarada—. En comparación, el cinco de noviembre y el cuatro de julio son una patata. ¿Quién necesita bengalas cuando me tiene a mí?

~Entremés~
RoseBlood
(A. G. Howard)
Ahora soy la única que puede continuar con la canción, y lo hago… hasta el final, hasta que la última nota, aguda y completa, brota con desenfreno de mi garganta. El acorde resuena sobre el silencio como un lamento fantasmagórico, hermoso y trágico.
Percibo un tono rojo que se arremolina en los límites de mi campo de visión y me ceden las piernas. Un chico de la primera fila se levanta rápidamente de la silla para sujetarme. Cuando salgo del trance, la vergüenza me emponzoña la sangre como si fuera veneno.
Cierro los ojos de golpe y hago lo único que puedo hacer para conservar la dignidad: me desplomo sobre mi salvador y finjo que me desmayo.
 
~Postre~
Los viajes de Tuf
(George R. R. Martin)
Mucho tiempo después, cuando el Arca ya estaba limpia y tanto él como Caos y Desorden estaban cómodamente instalados en la suite del capitán, a la cual había trasladado todos sus efectos personales después de haber dispuesto de los cadáveres, hecho las reparaciones posibles e imaginando un medio de calmar a la increíblemente ruidosa criatura que vivía en la cubierta seis, Haviland Tuf empezó a registrar metódicamente la nave. Al segundo día logró encontrar ropas, pero tanto los hombres como las mujeres del CIE habían sido más bajos que él y considerablemente más delgados, por lo cual ninguno de los uniformes le iba bien.
Pese a todo, logró encontrar algo que sí fue de su agrado. Se trataba de una gorra verde que encajaba perfectamente en su calva y algo blanquecina cabeza. En la parte delantera de la gorra, en oro, se veía la letra theta que había sido la insignia del cuerpo.
—Haviland Tuf —le dijo a su imagen en el espejo—, ingeniero ecológico.
No sonaba mal del todo, pensó.

Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

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