~Aperitivo~
Wild
Cards, El viaje de los ases
(varios, edición de George R. R. Martin)
Los
jokers generan lástima y odio. Pero los ases aún conservan gran poder, y por
primera vez en muchos años un importante segmento del público ha empezado a
desconfiar de ellos y a temer dicho poder. No es de extrañar que demagogos como
Leo Barnett hayan ganado tanta presencia en la opinión pública recientemente.
Así
que estoy convencido de que nuestro viaje tiene una agenda oculta: lavar la
sangre con algo de "buena tinta", como se dice, a fin de disipar el
miedo de la gente, reconquistar su confianza y alejar los pensamientos del
público de los sucesos del Día Wild Card.
Admito
tener sentimientos encontrados con respecto a los ases, algunos de los cuales
definitivamente abusan de su poder. Sin embargo, como joker, espero
desesperadamente que tengamos éxito… y temo desesperadamente las consecuencias
en caso de que no sea así.
~Entrada~
Matar un reino
(Alexandra Christo)
—Si
eres la poderosa Perdición de los Príncipes, entonces podrás robar el corazón
de este príncipe incluso sin tu voz. Sin tu canción.
Intento
aferrarme a la conciencia, pero el océano me ahoga. La sal y la sangre raspan
mi garganta hasta que solo puedo jadear y golpear. Pero aguanto. No sé qué
pasará si cierro los ojos. No sé si alguna vez los abriré de nuevo.
—Si
quieres regresar —gruñe la Reina del Mar—, tendrás que traerme su corazón antes
del solsticio.
Intento
concentrarme, pero las palabras de mi madre se convierten en ecos. Sonidos que
no puedo entender. No logro entender ni orientarme. Me ha destrozado y no es
suficiente para ella.
Mis
ojos comienzan a cerrarse. El negro del mar se difumina en el fondo de ellos.
El agua de mar se arremolina en mis oídos hasta que no queda más que
entumecimiento. Con una última mirada a la sombra borrosa de mi reina, cierro
los ojos y me rindo a la oscuridad.
~Plato Fuerte~
Fuego
(Joe Hill)
El
Bombero levantó la mano izquierda, respiró hondo y sopló para librarse de los
restos del humo. Tenía la palma bosquejada de escama de dragón. Las delicadas
líneas negras estaban cubiertas de cenizas, la superficie blanca como la nieve,
con unas cuantas chispas que despedían un leve brillo. El resto de la piel que
le cubría la mano estaba… bien. Limpia, sana y rosada, y sin quemadura alguna,
aunque pareciera imposible.
—Me
encanta cuando hace eso, pero el mejor truco es cuando crea un fénix. Es mejor
que los fuegos artificiales —dijo Allie.
—¡Cierto!
—exclamó el inglés mientras giraba la cabeza para dedicarles una sonrisa
descarada—. En comparación, el cinco de noviembre y el cuatro de julio son una
patata. ¿Quién necesita bengalas cuando me tiene a mí?
~Entremés~
RoseBlood
(A. G. Howard)
Ahora
soy la única que puede continuar con la canción, y lo hago… hasta el final,
hasta que la última nota, aguda y completa, brota con desenfreno de mi
garganta. El acorde resuena sobre el silencio como un lamento fantasmagórico,
hermoso y trágico.
Percibo
un tono rojo que se arremolina en los límites de mi campo de visión y me ceden
las piernas. Un chico de la primera fila se levanta rápidamente de la silla
para sujetarme. Cuando salgo del trance, la vergüenza me emponzoña la sangre
como si fuera veneno.
Cierro
los ojos de golpe y hago lo único que puedo hacer para conservar la dignidad: me
desplomo sobre mi salvador y finjo que me desmayo.
~Postre~
Los
viajes de Tuf
(George R. R. Martin)
Mucho
tiempo después, cuando el Arca ya estaba limpia y tanto él como Caos y Desorden
estaban cómodamente instalados en la suite del capitán, a la cual había
trasladado todos sus efectos personales después de haber dispuesto de los
cadáveres, hecho las reparaciones posibles e imaginando un medio de calmar a la
increíblemente ruidosa criatura que vivía en la cubierta seis, Haviland Tuf
empezó a registrar metódicamente la nave. Al segundo día logró encontrar ropas,
pero tanto los hombres como las mujeres del CIE habían sido más bajos que él y
considerablemente más delgados, por lo cual ninguno de los uniformes le iba
bien.
Pese
a todo, logró encontrar algo que sí fue de su agrado. Se trataba de una gorra
verde que encajaba perfectamente en su calva y algo blanquecina cabeza. En la
parte delantera de la gorra, en oro, se veía la letra theta que había sido la
insignia del cuerpo.
—Haviland
Tuf —le dijo a su imagen en el espejo—, ingeniero ecológico.
No
sonaba mal del todo, pensó.
Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".
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