sábado, 23 de diciembre de 2023

Tinta a la Carta CXXXIV: Merienda en cuatro tiempos

~Aperitivo~
Las novelas tontas de ciertas damas novelistas
(George Eliot)
[…] Al no haber restricciones educativas que impidan a las mujeres acceder a los instrumentos de la ficción, no existe ninguna clase de arte tan libre de requisitos que lo constriñan. Cual si de una masa cristalina se tratara, este arte puede adoptar cualquier forma y seguir siendo hermoso. Solo hay que llenarlo con los elementos adecuados: la observación genuina, el humor y la pasión. Esta ausencia de requisitos rígidos es, sin embargo, lo que constituye la fatídica atracción de la escritura para las mujeres incompetentes. […]. Todo arte que precise un absoluto dominio técnico queda, hasta cierto punto, protegido de las intrusiones de la torpe imbecilidad zurda. Pero al escribir una novela no hay barreras que pongan coto a la incapacidad, ni criterios externos que impidan a un autor confundir la maña tontorrona con la maestría. Y así nos topamos una y otra vez con aquella historia del asno de La Fontaine que, al acercar el hocico a una flauta y escuchar el sonido, exclama: «Yo también sé tocar la flauta». […]
 
~Entrada~
Sombra y hueso
(Leigh Bardugo)
—¡Iván! —gritó. Un Mortificador muy alto corrió hasta su lado desde la tarima—. Acompáñala a mi carruaje. La quiero rodeada por una guardia armada en todo momento. Llévala al Pequeño Palacio y no te detengas para nada. —Iván asintió—. Y que un Sanador se ocupe de sus heridas.
—¡Espera! —protesté, pero el Oscuro ya se estaba alejando. Le agarré el brazo, ignorando el jadeo que soltaron los Grisha que nos miraban—. Ha habido algún error. Yo no… No… —Mi voz se apagó mientras él se giraba lentamente hacia mí, y sus ojos de piedra se detuvieron en la mano que agarraba su manga. La solté, pero no me iba a rendir tan fácilmente—. No soy lo que tú crees —susurré, desesperada.
El Oscuro se acercó a mí.
—Creo que no tienes la menor idea de lo que eres —dijo con voz tan baja que solo yo pude oírla. […]
 
~Plato Fuerte~
Mountolive
(Lawrence Durrell)
Se dijeron adiós en el ferry y los cuatro se abrazaron largamente. Era una hermosa mañana vibrante, con nieblas bajas perturbando los perfiles del gran lago. Nessim había llamado un automóvil que estaba parado debajo de una distante palmera, como un punto negro tembloroso. Mountolive echó una violenta mirada a su alrededor al subir al barco, como si quisiera poblar su memoria para siempre con los detalles de esta tierra, de estas tres caras sonrientes que le deseaban buen viaje en el idioma de él y en el propio.
—Volveré —gritó. Pero en su tono ella percibía toda su ansiedad y dolor. Naruz levantó un brazo encogido y sonrió su encogida sonrisa; mientras Nessim pasaba el brazo por el hombro de Leila y saludaba con la otra mano, con plena conciencia de lo que sentía ella, aunque le habría sido imposible hallar palabras para sentimientos tan equívocos y tan verdaderos.
El barco desatracó. Aquello había terminado. Punto final.
 
~Postre~
El color púrpura
(Alice Walker)
Bueno, hablamos y hablamos de Dios, pero yo aún estoy hecha un lío. Intento sacarme de la cabeza al anciano blanco. Tan ocupada estaba pensando en Él que no me daba cuenta de las cosas que ha hecho. Ni de la espiga de trigo (¿cómo las hará?), ni del color púrpura (¿de dónde habrá salido?). Ni de las flores silvestres. Ni de nada.
Ahora que se han abierto los ojos me siento como una idiota. Al lado de la planta más insignificante del patio, la ruindad de Mr. –––– parece achicarse. Aunque no desaparece del todo. Pero es lo que dice Shug. Para poder ver algo con un poco de claridad tienes que quitar al hombre de tu campo visual.

Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

No hay comentarios:

Publicar un comentario