~Entrada~
G de
Guardaespaldas
(Sue
Grafton)
—¿Un guardaespaldas? —dije.
—Bueno, alguien versado en técnicas de
seguridad.
—Tendría que pensarlo —dije tras titubear un
segundo—. No quisiera parecer roñica, pero me costará un ojo de la cara. ¿De
veras crees que es necesario?
—Te lo diré de otro modo: yo, en tu caso, no me
arriesgaría. Tiene antecedentes por seis delitos con violencia.
—¡Ah!
—Eso mismo, ¡ah! Y lo ofensivo del asunto es
que ha ofrecido una miseria. Cinco de los grandes por los cuatro. ¡Menos de mil
quinientos dólares por cabeza! —Se echó a reír de repente, pero no creo que
porque le hiciera gracia.
—No puedo creerlo —dije, tratando todavía de
hacerme a la idea. Cuando nos dan una mala noticia, se produce siempre un
momento en que todo avanza más despacio, ya que el cerebro es incapaz de
asimilar lo que sucede.
~Plato
Fuerte~
El
silencio de la noche
(Sherrilyn Kenyon)
—Luchemos. Si ganas, me matarás.
Céfira ladeó la cabeza y lo miró con expresión
suspicaz.
—¿Y si pierdo?
—Me concederás dos semanas para intentar conquistarte
de nuevo. Si al final de esas dos semanas sigues odiándome, dejaré que me
ejecutes.
Céfira se quedó alucinada al escuchar su ofrecimiento.
No terminaba de creérselo.
—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?
—Soy un hombre de honor. Tú mejor que nadie sabes que
mi honor lo significa todo para mí. Si no te he conquistado en dos semanas, no
me merezco más que morir a tus manos.
—Sabes que no soy la tonta incapaz de manejar un
cuchillo de cocina con la que te casaste. Te mataré.
—Lo sé.
—En ese caso, acepto tus condiciones. —Se apartó de
él—. Prepárate para morir.
~Postre~
Asesinato
en el Orient Express
(Agatha
Christie)
Poirot se incorporó en
el lecho y encendió la luz. Observó que el tren estaba parado… presumiblemente
en alguna estación.
Aquel grito vibraba
todavía en su cerebro. Recordó que era Ratchett quien ocupaba el compartimiento
inmediato. Saltó de la cama y abrió la puerta en el preciso momento en que el
encargado del coche cama avanzaba corriendo por el pasillo y llamaba a la puerta
de Ratchett. Poirot mantuvo ligeramente abierta la puerta, observando. Sonó un
timbre y se encendió la luz de una puerta más allá. El empleado miró en aquella
dirección.
En el mismo momento
salió una voz del compartimiento de míster Ratchett.
—No es nada. Me he
equivocado.
—Bien, señor.
El encargado se dirigió
a llamar a la puerta donde se había encendido la luz.
Poirot volvió a la
cama, ya más tranquilo, y apagó la lámpara. Antes consultó su reloj. Era la una
menos veintitrés minutos.
Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".
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