~Aperitivo~
Wild
Cards, Juego sucio
(Varios, edición de George R. R. Martin)
Una
idea surgió en la mente de Brennan. Sólo los muertos, pensó, lo saben todo.
Ellos habían terminado, y desde su punto de vista todo estaba finalizado. Sus
vidas se habían completado. Sólo los muertos podían conocer del todo Jokertown,
pues no tenían necesidad del conocimiento. Al igual que Brennan, cuando vivía
en las montañas. Su vida era pacífica, invariable y serena. Y era una vida
muerta. Pero había vuelto a vivir. El precio de volver a vivir era la sensación
de incertidumbre y pérdida de control que lo invadía cada vez más. Un precio
muy alto, pero se daba cuenta de que podía pagarlo por lo menos hasta ese
momento del juego.
~Entrada~
El
solitario Atlántico
(Jorge López Páez)
¿Dónde
estaría Doña Blanca? El cielo azul, lejano el mar y sin embargo cercándome. Se
me acabaron las lágrimas. Busqué un refugio, y no encontré uno solo. Ahí estaba
yo en el muro, cerca de la indiferente piñanona. Me pareció estar a la orilla
del mar: las olas mordían mis pies. Todo era un mar. Todo era un mar. Un mar
infinito. Me figuré a los Aragones como implacables tiburones. Ahí estarían
lanzándome en arponazos el “alcahuete”, el “alcahuete. Ahí estaba viéndome ante
mi madre, como no me había visto antes. De repente, subí a mi barca. Miré a la
popa: no había nadie. A pesar del cielo azul, todo el mar estaba encrespado y
“ciegamente me lancé como destino en el solitario Atlántico”.
~Plato Fuerte~
Iskari
(Kristen Ciccarelli)
¿No
tenía miedo?
Como
no respondió, el joven hizo algo aún peor: levantó la vista hacia ella.
Un
calor repentino la atravesó cuando sus miradas se encontraron. Los ojos del
chico eran tan penetrantes como el acero recién afilado. Debería haber apartado
la vista, pero esta se dirigió de sus ojos —negros, como los de su madre— a la
cicatriz arrugada que le surcaba la cara y el cuello, y desaparecía bajo su
camisa.
La
gente siempre la miraba, así que ya estaba acostumbrada, y los niños hasta la
señalaban con el dedo. Aunque la mayoría desviaba la vista en el acto en cuanto
veía esa cicatriz. Aquel esclavo, en cambio, parecía recrearse en ella. Su
mirada era curiosa y atenta, como si Asha fuera un tapiz y no quisiera perderse
el menor detalle.
~Entremés~
Cazadores
de Sombras. Renacimiento 3. La Reina del Aire y la Oscuridad
(Cassandra Clare)
Emma
dejó que Cristina la levantase. Magnus y Alec iban hacia ellas. Este último
tenía el rostro tenso y los ojos rojos. Emma, con su mano en la de Cristina,
recorrió el salón con la mirada, y le pareció un lugar totalmente diferente de
aquel al que habían llegado hacía unas horas. Quizá porque antes brillaba el
sol, pensó Emma, mientras oía vagamente que Magnus y Alec hablaban con Cristina
sobre llevarla a una casa que habían reservado para los Blackthorn. Tal vez
fuera porque el salón se había oscurecido y las sombras en los rincones eran
tan espesas como capas de pintura.
O
podía ser porque todo había cambiado. Quizá porque nada volvería a ser como
antes.
~Postre~
La
magia de Recluce
(L. E. Modesitt Jr.)
—Bueno,
¿a dónde tengo que ir?
—¿Estás
seguro? —preguntó tío Sardit con la boca llena.
—¿Es
que me queda otra opción? O me meto en un barco y me voy al exilio o trato de
aprender todo lo que pueda antes de hacer algo.
—Creo
que has elegido correctamente —dijo tía Elisabet—. Pero no es tan sencillo.
Después
de acabar el pan y el queso en el tenso ambiente de la estancia, volví a mis
aposentos sobre la tienda y comencé a hacer el equipaje. Tío Sardit dijo que
guardaría la silla y los otros muebles hasta que volviera.
No
mencionó el hecho de que pocos Dangergelders regresaban. Yo tampoco lo
mencioné.
Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea del ciclo de entradas "Tinta a la Carta".
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