~Entrada~
El quinto dragón
(Paulina Aguilar Gutiérrez)
Algo me obligó a abrir los ojos, y cuando lo hice un dragón blanco
revoloteaba sobre mi cabeza. Me puse de pie y el dragón se me acercó. Era
completamente blanco e irradiaba brillo desde su interior. En el campo de
batalla había visto a cuatro gigantes dominando un cielo violento. Y ahora veía
un ser hermoso y etéreo, que no tenía piel de reptil, sino un pelaje finísimo
cuya textura parecía de plumas de pájaro. Fascinado, me acerqué; no parecía
querer hacerme daño y yo deseaba tanto tocarlo. Cuando puse mi mano sobre su
piel suave, el dragón abrió los ojos. Eran dorados, como el sol, como el fuego
y como ella también. Al ver sus ojos y tocar su piel supe la verdad que nadie
sospechaba y que yo tampoco había intuido. Solo hasta ese momento supe quién
era ese dragón.
~Plato Fuerte~
Terror en la red 2. La mujer con el corazón lleno de tormentas
(Álvaro Colomer & Antonio Lozano)
En principio, Ojo de Tiburón no comprendió que una japonesa como
aquella, es decir, que alguien que controlaba una de las organizaciones
criminales más buscadas de todo el globo terráqueo, no fuera más discreta en
sus apariciones en público, pero enseguida comprendió que, con aquel rostro y
esa altura, Akiko Watanabe jamás pasaría desapercibida. En consecuencia, había
optado por hacer lo contrario a lo que se esperaría de alguien sospechoso de
cometer crímenes en todo el mundo: llamar todavía más la atención. A fin de
cuentas, un equipo de más de doscientas personas, en su mayoría abogados e
informáticos repartidos por todo el planeta, se encargaban de limpiar su imagen
de cualquier posible sospecha, de borrar sus huellas, de blindarla, por lo que
no importaba que la policía supiera que la Gran Dama había llegado a la ciudad.
Nada podían hacer contra ella.
—Señora Watanabe, sea usted bienvenida —le dijo Ojo de Tiburón cuando la
tuvo enfrente.
—Llévame al hotel —respondió ella con una voz metalizada que estremeció
a su secuaz—. No hay un segundo que perder.
~Postre~
Una habitación propia
(Virginia Woolf)
[…] Cuanto podía ofrecerles era una opinión sobre un punto sin demasiada
importancia: que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder
escribir novelas; y esto, como ven, deja sin resolver el gran problema de la
verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela. He
faltado a mi deber de llegar a una conclusión acerca de estas dos cuestiones;
las mujeres y la novela siguen siendo, en lo que a mí respecta, problemas sin
resolver. Mas para compensar un poco esta falta, voy a tratar de mostrarles
cómo he llegado a esta opinión sobre la habitación y el dinero. Voy a exponer
en su presencia, tan completa y libremente como pueda, la sucesión de
pensamientos que me llevaron a esta idea. […]
Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".
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