sábado, 9 de marzo de 2024

Tinta a la Carta CXXXVII: Almuerzo en cuatro tiempos

~Aperitivo~

El príncipe y la modista

(Jen Wang)

—¿Podría saber…? ¿Por qué os ponéis ropa de chica?
—No lo sé. Hay días en que me miro al espejo y me digo «¡Ese soy yo, el príncipe Sebastian! Y me pongo ropa de chico y me parezco a mi padre». Pero hay otros días en que se me antoja antinatural. Esos días me siento más como si fuera… una princesa.
 

~Entrada~

Cuando me veas

(Laura Gallego García)

Tina se sentía extraña, como si estuviese contemplando la escena desde fuera, como una espectadora en un cine a la que de pronto hubiesen teletransportado al mundo existente más allá de la pantalla. Estaba allí, pero no estaba. Y, aunque atribuía el insólito comportamiento de su vecino a la tremenda borrachera que llevaba encima, no podía dejar de sentir que aquello no era del todo normal.

Asistió, como en un sueño, a la breve conversación entre el vecino y su mujer a través del interfono; cuando ella abrió por fin la puerta, Tina reaccionó, cogió su mochila y se coló en el portal tras el hombre borracho.

Fue entonces cuando se dio cuenta.

En el recibidor había un viejo espejo que, pese a que estaba rajado por la mitad, todavía aguantaba en su sitio. Tina echó un breve vistazo a su imagen reflejada… y no la vio.

 

~Plato Fuerte~

Moxie

(Jennifer Mathieu)

Puedo ver a las Riot Grrrls –mamá incluida– caminando de noche por la calle con sus borcergos, cortes de pelo desafiantes y labios pintados de negro, listas para defender sus creencias, lo que sabían que era correcto.
Enojadas. Intocables. Imparables. Y, si usamos las palabras que dijo la abuela sobre mamá en la cena de anoche, llenas de empuje.
O moxie en inglés. De pronto, ya lo tengo.
Con la lengua entre los dientes, la mente concentrada, la mano firme, trazo unas letras con cuidado, ya imaginando cómo se verá el producto final. Termino de trazar las letras del título y después, en el último minuto, agrego el lema perfecto. Cuando termino, hago sonar mi cuello, que quedó un poco dolorido por estar encorvada sobre mi creación, totalmente abstraída. Después admiro mi trabajo. Siento la adrenalina correr con fuerza dentro de mí. Sonrío.
Hace siglos que no estoy tan entusiasmada con algo.
 

~Postre~

El lenguaje de las flores

(Vanessa Diffenbaugh)

La mujer estaba cerrando la tienda cuando llegué. Todavía no era mediodía.
—Si buscas otros cinco dólares, llegas tarde —comentó, señalando la furgoneta con la cabeza. Estaba llena de pesados arreglos florales—. Me habría venido bien tu ayuda.
Le mostré mi ramo.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Mi experiencia —contesté, ofreciéndole las flores.
Olió los crisantemos y las rosas; luego metió un dedo entre la verbena y se examinó la yema. Limpia. Echó a andar hacia su furgoneta y me indicó que la siguiera.
De la parte trasera del vehículo cogió un ramillete de rosas blancas, rígidas, muy apretadas y atadas con una cinta de raso rosa. Puso los dos ramos uno al lado del otro. No había comparación. […]

Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

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