lunes, 19 de diciembre de 2011

La OSECI presenta... Incauto Cuento de Navidad (I)

Agua Imaginaria se vistió de gala en cuanto el calendario indicó que era diciembre. A algunos no les hacía gracia por el frío que sentían; en cambio, en ciertas zonas del pueblo el calor no dejaba trabajar en paz. Así las cosas, ¿los pobladores esperaban pasar unas fiestas tranquilas?

¡Qué incautos eran!

~En la biblioteca de la residencia de la OSECI…~

Bell ordenaba algunos documentos, como siempre, pensando en alguna forma de ocupar el tiempo de sus chicas. La excursión de Día de Muertos le salió bien, aunque al regresar al pueblo, le aplicaron la ley del hielo por una semana. Eso no estuvo mal, por una vez logró poner al corriente la documentación de la OSECI sin que alguien saliera con algún problema que debía resolver. Sin embargo, para cuando la semana acababa, Bell se sintió entre triste y frustrada.

—No dejé Aguascalientes para esto —masculló un par de veces.

En fin, eso había quedado atrás. Ahora estudiaba la cuenta bancaria de la OSECI, que tenía una suma respetable. Al menos para las fiestas que se avecinaban.

—Y ya sé cómo conseguir fondos para la cena de Navidad —murmuró, abandonando su sitio tras el escritorio y encaminándose a una de las estanterías —¿Dónde habré dejado ese libro? ¡Ah, aquí está!

~En el comedor…~

Las jóvenes integrantes de la Orden de Sacerdotisas Enloquecedoras y Cazadoras de Incautos estaban instruyendo a la seudo–madre de Doño Dann en ciertos menesteres. La susodicha, de simpática sonrisa y gustos que coincidían con los de algunas de las presentes, rápidamente encajó en el ambiente. Iba a ayudarles de vez en cuando con ciertas tareas a cambio de considerarla miembro, pero cuando más centradas estaban todas en la plática, se alcanzó a oír la exclamación final de Bell por toda la casa.

—Etto… ¿Qué habrá encontrado Bell–sempai? —inquirió Joke, que por una vez no comía chocos, sino un pirulí de colores.

—No tengo idea y no quiero saber —espetó May, enfurruñada.

Era bien sabido que la Alcaldesa había estado sumamente ocupada con las decoraciones navideñas del pueblo y saltaba a la menor insinuación de trabajo extra.

—Vamos, debe ser algo divertido —sugirió la seudo–madre del dueño del Palacio, bebiendo una taza de chocolate caliente con toda la calma del mundo.

—Eh, Sole, ¿sabes de quién estamos hablando, cierto? —le hizo notar Veerie.

La mencionada, exponiendo su sonrisa, se limitó a asentir y siguió bebiendo su chocolate.

—No quiero ni imaginarme qué se le ocurrió —declaró Luna con pesadumbre —Como no sea algo como lo del panteón en su ciudad…

A la mención de la última aventura en Aguascalientes, todas en la mesa (a excepción de Sole, claro) sintieron escalofríos.

—¡Todas a la sala, por favor! ¡Ahora!

La orden de Bell llegó desde el pasillo y las chicas obedecieron con resignación.

Como bien decía el dicho, “a mal paso, darle prisa”.

~En la sala de televisión…~

Ya acomodadas en los sillones y en algunos enormes pufs, Bell paseó un poco frente a las jóvenes, saludó con una mano a Sole y agitó el libro que llevaba.

Algunas creyeron reconocer el libro, pero esperaron a que su Fundadora y Líder Suprema abordara el tema de la reunión.

—Muy bien, señoritas, les alegrará saber que he hecho cuentas… Las hice yo sola —aclaró Bell, al ver que varias hacían muecas imaginando por allí (de nuevo) a la dueña de cierto látigo —En fin, haciendo cuentas he llegado a la conclusión de que podremos dar una cena pública la noche del veinticuatro, y hasta haremos los donativos que teníamos planeados…

Varias dieron vítores. Hacía unos días, Bell les había pedido de favor que cada una se comprometiera a dar algo de dinero u objetos a una causa noble y todas dieron sus propuestas con rapidez. Ahora el chiste era reunir los fondos.

—… Sin embargo, como en este tipo de cosas es mejor que sobre a que falte, he decidido que realizaremos una actividad a lo grande antes de la cena de Nochebuena. Así, tendremos dinero para lo que ya dije y claro, ¡los regalos!

Las chicas aplaudieron con entusiasmo.

—Es un hecho universalmente conocido que una persona en Navidad lo primero que quiere es abrir algún regalo —soltó Sole con alegría, adaptando para la ocasión la frase inicial de una popular novela inglesa.

—¡Exacto! Así que… Ya saben, haremos intercambio de regalos, Eso será después de la cena, cuando prácticamente será Navidad. Pero volviendo a la actividad para recaudar fondos…

Agitó de nuevo el libro que llevaba y entonces Veerie, sin querer, dejó ver de nuevo aquello de “la ignorancia es felicidad”.

Si no, ¿cómo se explicaban que se atreviera a animar a su Líder?

—¿Haremos el Cuento de Navidad, Bell? ¿Verdad que sí?

—¡Sí! Una versión algo moderna y cómica, pero haremos esa historia.

—¿Cuál Cuento de Navidad? —se interesó Writer, que como de costumbre, había tomado cuidadosas notas de la reunión.

Cuando vieron a Bell sonreír entre alegre y maliciosa, todas estaban deseando sacar ciertas varitas de madera para hacerle pagar a Veerie.

Seguramente la Sublíder Hippie, sin saberlo, las acababa de hundir hasta el fondo en una serie de eventos disparatados

~Dos semanas después, en la pequeña sala de baile…~

Mery veía con ojo crítico y neutral a las personas allí reunidas. Suspiró lo más disimulada que pudo, no quería herir los sentimientos de nadie.

Pero claro, no iban a faltar los pleitos.

—A ver, ¿por qué ella tiene ese papel? —exigió saber la Alcaldesa en cuanto hubo silencio.

May señalaba a una joven de largo cabello adornado por dos mechones verdes que todos conocían bastante bien.

—Lo decidimos entre Bell y yo —repitió Mery, quizá por enésima vez —Y debes tratar bien a los invitados, ¿te acuerdas?

May se forzó a ocultar una mueca de descontento. Por otra parte, el resto de los presentes ya no se atrevió a objetar.

Charles Dickens, uno de los más conocidos autores ingleses de todos los tiempos, publicó en 1843 una historia que en su idioma original, se titula A Christmas Carol, (traducido al español, sería Una Canción de Navidad). También conocida como Un Cuento de Navidad, es raro cuando alguien no reconoce la trama al oír este título. Se trata de un hombre avaro y de corazón duro que es visitado en la víspera de Navidad por cuatro espíritus: el de su difunto socio y otros tres que representan sus Navidades Pasadas, Presentes y Futuras. La historia suele poner a pensar a la gente sobre lo verdaderamente importante no solamente en estas fechas, sino en la vida.

Era increíble que a Bell se le hubiera ocurrido presentar esa historia, considerando que para ella, siendo mexicana, lo acostumbrado eran las pastorelas (representaciones de la lucha de ángeles y demonios teniendo en medio a los pastores que van a adorar al Niño Jesús recién nacido). Las otras SECI’s suponían que su Líder no quería pelearse con eso de las referencias religiosas y por eso había escogido algo más neutral y que todas (o casi todas) conocían.

Sin embargo, lo que más sorprendía era lo rápido que Bell había escrito una adaptación de la historia de Dickens, en la época moderna y con cambios más que evidentes. Esa mujer se la pasaba en la biblioteca, atendiendo asuntos de la OSECI, o en una oficinita del Palacio, llevándole las cuentas a Doño Dann. Es decir, ¿cuándo había tenido tiempo?

—Conociéndola, seguro escribía la adaptación a pedazos, cada que podía —sugirió Luna.

Así las cosas, lo complicado fue asignar papeles. Dado que la adaptación de Bell estaba pensada para una mayoría femenina, los pocos varones que se presentaron a las pruebas se llevaron una desilusión. Sin embargo, se divertían bastante. Hasta Dann, quien al final, consiguió un papel destacado, aunque meramente secundario.

Y eso que no contaron con el montón de gente que Bell había invitado a la cena pública y que, para expresar su gratitud, con gusto se apuntó a la representación.

—No sé, le queda su personaje —fue el inocente comentario de Baru, la esposa de Seba, refiriéndose a la chica de los mechones verdes.

La Encargada de los Chocos oyó eso y se acentuó su molestia.

—Bien, comencemos el ensayo general —pidió Mery, que era la encargada de dirigir la obra; Bell se lo encomendó por sus más recientes estudios de Teatro —¡Joke! ¡Deja esas tijeras donde pueda verlas! ¡No le vas a meter mano al vestuario!

—Etto… Pero se vería bonito si…

—¡Nada! A duras penas quisieron hacerlos Janni y Veerie, si le haces algo a un solo hilo…

—Creo que esto de dirigir pone muy gruñona a Mery —observó amablemente Writer.

—Ni que lo digas —concordó Carmen.

Así, para no hacer enojar más a Mery, todos tomaron sus puestos y comenzaron a ensayar.

~En la cocina…~

—Muy bien, ya casi, un poco más de colorante y…

Bell no participaba en el ensayo general por la obvia razón de que se sabía el guión de memoria. Por lo tanto, se esmeró en su quehacer del día, que era cocinar algo de verdad especial.

—¡Diantres, el pan! —la joven mujer de anteojos dejó de batir el contenido de un tazón y se apresuró a llegar al horno, de donde sacó un molde con humeante pan que olía a chocolate.

—Lo bueno que el ensayo es al otro lado de la casa —murmuró, sonriendo con satisfacción —Ahora, en cuanto consiga el color exacto de glaseado, a decorar. Y claro, a pensar en dónde guardarlo para que la glotona de Joke–chan no se lo zampe.

Al día siguiente se estrenaría la representación y sería entregado lo que Bell cocinaba con tanto esmero. Y todo debía quedar a la perfección.

Aunque claro, con la OSECI involucrada, aplicaba la ley de Murphy: si algo puede salir mal, saldrá peor.

O algo así.

~Al día siguiente, en el Teatro Imaginario…~

En Agua Imaginaria, el escenario techado y elegante por excelencia era el Teatro 15 de Diciembre (1), el cual, por costumbre, era también conocido como Teatro Imaginario. Era una construcción sencilla, de fachada blanca, con una marquesina que solía anunciar los espectáculos más destacados que se dignaban a presentarse en el pueblo. Ahora, la gente se reunía desde temprano para ocupar los lugares adquiridos en la semana precedente. Nadie que se precie había faltado al acontecimiento, aunque fuera para reírse un rato.

—Eso no consuela mucho —había soltado May.

Había escuchado los rumores sobre que aquello sería más cómico que navideño. Quizá no estaba muy lejos de la realidad, pero dolía un poco que se lo dijeran en la cara a la Alcaldesa.

—¡Todo el mundo listo! —gritó Mery, que lucía su acostumbrada túnica de la OSECI sobre un traje del que solo se distinguía verde, dorado y rojo —¡Estamos dando la tercera llamada!

Y en efecto, por unos altavoces escondidos, en el teatro resonó “Tercera llamada, tercera. Tercera llamada. ¡Comenzamos!”

Todos revolotearon a sus puestos, olvidándose de todo menos de lo que debían hacer.

El telón se abrió, dejando ver el escenario, en penumbras por el momento. Todos se preguntaron si de verdad estaban viendo la obra correcta, porque parecía recrearse una oficina común y corriente, llena de cubículos, archiveros… ¡incluso había computadoras e impresoras!

—Bell había muerto.

Al dejarse oír esa frase, un reflector iluminó un punto del escenario que el público veía a su izquierda: con un vestido azul de manga larga y zapatos negros, Pad sostenía una especie de libreta de la cual leía con la expresión más seria que podía.

La audiencia intercambió miradas de desconcierto. ¿Habían escuchado bien?

—Hay que dejarlo claro, es un hecho que, de no haber ocurrido, no le daría mucho sentido a la historia —prosiguió Pad, forzando a sus labios a no mostrar una sonrisa —Ahora, ¿sabía Nea que Bell había muerto? ¡Por supuesto! Fue testigo de ello, y lo avaló con su firma en el acta de defunción. Y todos en el ámbito editorial sabían que el autógrafo de Altair Andrea Black Poulain valía mucho como afirmación de algo.

 Ahora sí que el público puso toda su atención. Esta versión del Cuento de Navidad se estaba poniendo interesante.

—La casa editorial Potter & Poulain no cambió de razón social aún cuando Bell murió. Así, los novatos en la industria preguntaban por Potter o por Poulain y Nea respondía a ambos apellidos. Las personas a su alrededor no dejaban de maravillarse por todo lo que ambas mujeres habían logrado a tan corta edad y, cuando olvidaban varios de sus defectos, lamentaban que Tooru Hally Beelia Potter hubiera muerto tan joven. Aunque peor era que Nea pareciera tan poco dolida por la muerte de su gran socia, siguiendo con la filosofía de ambas para los negocios. Eso se notó el día de la muerte de Bell, cuando Nea logró el contrato con un novel autor que prometía mucho. Y también ahora, a un año de esa muerte, teniendo a uno de sus mejores empleados trabajando hasta tarde con la calefacción a medio apagar.

El escenario se iluminó entonces, apagándose a la vez el reflector que destacaba a Pad. En el extremo derecho, se veía a Nea sentada a un gran escritorio, revisando enormes manuscritos a los cuales no tardaba en marcarles cosas con un plumón rojo. Cerca de ella, a dos cubículos de distancia, una cabeza de corto cabello oscuro estaba inclinada sobre otro manuscrito y solamente supieron quién era cuando alzó la vista para teclear algo en su computadora.

—¡Dann! ¿Dónde están las correcciones que te pedí? —vociferó entonces Nea, apenas levantando la vista del manuscrito que corregía.

—¡Ya casi están, señorita Poulain! En un momento se las mando por mail —respondió el aludido, haciendo una mueca y moviendo los labios diciendo “¿por qué a mí? ¡Es Nochebuena!”

Tenuemente, comenzó a sonar un villancico y Nea giró la cabeza hacia una bocina que estaba por encima de ella. Ni tarda ni perezosa, tomó un látigo negro que le colgaba a la cintura, lo chasqueó en alto y rompió la bocina.

—¿Navidad? ¡Bah, tonterías!

Dann, que había ocultado la cabeza bajo el escritorio al oír el látigo, se asomó con cautela y regresó al trabajo al notar que el peligro había pasado.

—¡Feliz Navidad, tía! ¡Feliz Navidad!

El público aplaudió a rabiar a la recién llegada, una joven mujer vestida de rojo, lo que combinaba perfectamente con el lazo roto tatuado en uno de sus tobillos. Por lo que decía el programa, se trataba de una de las encargada del vestuario de la obra, que dedicó a las butacas ocupadas una sonrisa antes de seguir con lo suyo.

—¿Feliz? ¿Qué tiene de feliz? —Nea sonaba lo suficientemente enojada para que más de uno se preguntara si no estaba sobreactuando.

—Mucho, tía, ¡es Navidad! —Janni dijo aquello como si fuera lo más obvio —Por cierto, ¿quieres venir a cenar con nosotros?

—¿Por qué habría de hacerlo? ¿Y por qué te ves tan feliz, siendo tan pobre?

—¿Y por qué tú te ves tan desgraciada, siendo tan rica?

Nea hizo una mueca desagradable y volvió a farfullar “¡bah, tonterías!”

—Anda, tía, ven a casa a cenar. Nunca te pido nada, y ahora…

—Ni hablar, ¿qué puedes ofrecerme? Apenas tienes dónde caerte muerta… A propósito, ¿se puede saber por qué te casaste?

—¡Pues porque estaba enamorada!

—¡Enamorada! ¿De ese muchachillo mentiroso con mirada de anciano? En serio, no sé qué le viste… Solamente formarán otra familia de pobres a la cual tenerle lástima.

Janni hizo un puchero, fingiéndose ofendida, pero se notaba que contenía la risa.

—Pues tía, con todo respeto, tú me das más lástima. Mírate, lo tienes todo, pero aún así te la pasas aquí sola en Nochebuena, refunfuñando. Deberías gozar la vida…

—Buenas noches.

—… Sí, deberías salir de vez en cuando, pasear, conocer gente…

—Buenas noches.

—… Y tener una feliz Navidad…

—Buenas noches.

—¡Y un próspero Año Nuevo!

—Buenas noches.

Ante la indirecta tan evidente, Janni se encogió de hombros sin sentirse insultada, sonrió de nuevo y salió del lugar, no sin antes desearle a Dann felices fiestas, cosa que él correspondió en voz baja, haciendo ademán de no dejar el trabajo para ello, aunque el temblor de sus manos delataba el frío que sentía.

—Y ahí está otro tonto —masculló Nea, volviendo al trabajo —Con un sueldo miserable, una esposa e hijos, y aún así desea felices fiestas.

Se hizo el silencio por unos minutos, hasta que otra persona entró a la oficina. Con una mano en alto y dejando entrever un vestido rojo de lunares blancos bajo un abrigo negro, Carmen recibió una gran ovación desde un sector del teatro, donde solo había un montón de hombres guapos (algunos de ellos empleados de Dann en el Palacio).

—Buenas noches, busco a la señorita Potter o la señorita Poulain, ¿están?

—Bell lleva un año muerta —aclaró Nea, levantándose de su silla a regañadientes.

—Ah, lo lamento mucho. ¿Hablo entonces con la señorita Poulain? Porque seguramente en ella se refleja lo generosa que fue su socia.

Nea hizo una mueca. Sí, ella y Bell se parecieron en muchas cosas, pero no en la llamada “generosidad”, pues aunque Bell de vez en cuando cedía ante ella, Nea alegaba no tener motivos.

—¿Generosidad para qué? —quiso saber.

—Para los huérfanos y viudas de nuestra hermosa ciudad, señorita Poulain.

—Creí que había albergues y orfanatos funcionando, ¿todos cerraron o qué?

—No, no. Aún existen, por desgracia.

—Entonces no sé por qué me molestan con eso.

—No es molestia, es una petición que apela a su amabilidad.

Nea reaccionó como si la palabra “amabilidad” le diera alergia.

—¡Váyase! No me haga perder más el tiempo.

Carmen hizo un gesto de resignación y se retiró, topándose en la puerta con un hombre que iba entrando, de cabello oscuro y ojos verdes, que se sacudió las mangas del abrigo y acomodó sus anteojos con un gesto elegante. Se ganó varios silbidos.

—Buenas noches, ¿sigues aquí, Nea?

—¿Quién…? Ah, eres tú —la nombrada le lanzó una mirada furibunda —¿Qué quieres?

—Si no tienes compromiso para mañana, quisiera invitarte a comer. Las niñas y yo…

—No tengo nada qué hacer mañana, pero ni en un ataque psicótico iría a tu casa. ¡Hace un año que no nos vemos y me sales con esto! No sé cómo pudo Bell casarse contigo.

El hombre dejó escapar un suspiro.

—Como quieras. De todas formas, si cambias de opinión, serás bienvenida. Feliz Navidad, Nea —ella le dedicó un bufido —Feliz Navidad, Dann —le deseó al empleado con una débil sonrisa, al tiempo que decía —Pasaré con las niñas mañana a tu casa.

El hombre dejó la escena entre aplausos y silbidos femeninos, cosa que lo puso colorado.

En ese momento, se oyeron ocho campanadas y Dann, tímidamente, recogió sus cosas mientras ojeaba a Nea, que no se veía con intenciones de marcharse. Aún así, Dann tomó su abrigo, deslucido y gris, se lo puso y caminó hasta el escritorio de su jefa.

—Ah, señorita Poulain, mencionó que podía irme a las ocho. Si ya no me necesita…

—Supongo que vienes a confirmar si no abriremos la editorial mañana.

—En realidad, no, señorita. Es día de Navidad, nadie trabaja. Y si lo hiciera, tendría que pagar usted doble el día. Ya sabe, es la ley.

Eso sí que era tener descaro, se dijeron los miembros del público. En el original, el empleado de Scrooge era toda sumisión y cortesías.

—Maldita sea la ley, entonces. Vete, pero el veintiséis de diciembre te quiero aquí a primera hora, sin excusas, ¿entendiste, Writerhouse (2)?

—Entiendo, señorita Poulain. Feliz Navidad.

—¿Otra vez con eso? ¡La Navidad es una tontería!

Dann ya no replicó, pues se marchó con prisa disimulada, antes que Nea cambiara de opinión y lo obligara a quedarse más tiempo.

Al cabo de unos minutos, Nea también se puso su abrigo y se marchó, a lo que le siguió un cambio de escenario con el descenso del telón, un montón de ruido de arrastre y golpeteos, así como indicaciones en voz de Mery, quien procuraba no gritar. Finalmente se alzó el telón, mostrando una sala en blanco y negro donde se veían sillones, una mesa de centro y al fondo un escritorio donde reposaba una computadora portátil.

A ese sitio entró Nea, quitándose el abrigo y colocándolo en uno de los sillones. Se dejó caer en otro sillón, dejando escapar un suspiro, antes de escucharse el clásico sonido del encendido de una computadora.

Nea saltó en su asiento, mirando a su alrededor, hasta que vio su portátil abierta, encendida y con su sesión de usuaria iniciada. ¡Pero si estaba protegida con contraseña!

De pronto, la pantalla se puso azul, como mostrando un error, antes que unas enormes letras blancas la cruzaran.

—“Nea, cree y arrepiéntete” —leyó la aludida —¿Qué clase de broma es esta?

En eso las luces parpadearon, de la mesa de centro se cayó el diminuto arreglo de rosas blancas que allí estaba y en uno de esos parpadeos, se vio una figura deslizándose por el lugar, para acabar sentándose en el sillón frente a Nea, junto al abrigo de ésta.

—¿Quién eres tú y cómo entraste? —vociferó la joven de mechones verdes.

—Deberías preguntar quién fui, Nea, guapa. En cuanto a cómo entré, no puedo decir que lo hice, en el sentido propio de la palabra. Pero da igual…

—¿Bell? —dijo Nea con un hilo de voz —¡Pero estás muerta!

Una débil luz iluminó a la figura recién llegada y sí, era Bell, ataviada con un raído vestido blanco, la piel pálida, el cabello gris y los anteojos con los cristales rajados. Lo más raro era el grillete alrededor de su cuello, del cual salía una cadena larguísima y semitransparente, que se enroscaba en torno a su cintura y a uno de sus brazos, terminando en un grueso bloque muy semejante a un libro, a sus pies.

—Lo estoy —confirmó Bell, pestañeando con ademán de molestia (seguramente apenas veía algo con esos anteojos) —Hace un año ya de eso. ¡Aunque fue una noche dulce para morir!

—Siempre fuiste una cursi irremediable —Nea rodó los ojos.

—Sí, quizá eso me salvó un poco. Un pobre consuelo para mi amado y mis niñas. Por cierto, ¿cómo están?

—¿Yo qué voy a saber? No los he visto desde tu funeral. Aunque hoy…

No pudo continuar. Vio a Bell fruncir el ceño, evidentemente molesta.

—¡Cómo! ¿No te pedí que les ofrecieras tu mano si necesitaban algo o tu hombro si sentían ganas de llorar por mí? Nea, ¿estás tan mal como me informaron?

—¿Y quiénes te han informado? El negocio va bien, logramos cotizar en la Bolsa como querías, el año entrante sacaremos tres novelas nuevas al mes y…

—¿Quiénes me informaron? Los mismos que me han permitido venir. Y aunque me alegra que el negocio vaya bien, no vas a decirme que te la pasas pensando en él todo el día.

Al hacer Nea una mueca como si la pescara en una travesura, Bell se mostró escandalizada.

—He hecho bien en venir, porque necesito advertírtelo, Nea: sigue como vas y terminarás peor que yo. Mira, apenas tengo razones para pagar y aún así, mi condena pesa.

Y con un movimiento de mano, Bell señaló el grillete en su cuello y el bloque a sus pies.

—¿Qué es eso?

—¿Esto? Es el libro de mis faltas, con el que debo cargar hasta que consideren que he sufrido lo suficiente. Se me permite leerlo y cada que disminuye mi condena, se borra una falta en él. Al principio me asustó que fuera tan grueso, pero resulta que está escrito en una fuente grande. Creo que en unas cuantas décadas podré borrarlo por completo.

—¡Décadas!

Nea le echó otra ojeada al libro. Parecía tan grande y grueso como la más enorme Biblia… o como una versión ilustrada, corregida y aumentada de Eso, la famosa novela de Stephen King.

—Sí, y si el mío es así, ¡imagínate qué tan grueso y pesado será el tuyo cuando te llegue la hora! Nea, en los negocios fui la más cruel de las fieras, rechazando novelas sin miramientos, escribiendo atroces cartas para ello, y solamente preocupándome por lo que podría vender. Los editores pedían aumentos de sueldo o algún favor y se los negaba. A mi amado y a mis niñas apenas los veía en fechas importantes y en ocasiones, ni así. ¿Crees acaso que no hice mal?

—Te preocupaba tener una vida mejor —soltó Nea, intentando sonar conciliadora.

—¡Una vida mejor! —Bell dejó escapar una risa sarcástica —¿Y de qué me ha servido? Veo que mi amado y mis niñas sufren, veo a mis empleados más miserables, veo que los escritores ya casi no confían en nosotras, ¿eso es una vida mejor?

—Seguimos publicando —refutó Nea.

—Sí, ¿pero qué? Hay poco que se salve de ser basura prefabricada, esa que odiábamos tanto, ¿te acuerdas? ¿De verdad quieres vivir así? ¿Quieres morir dejando eso tras de ti?

A Nea no se le ocurría nada más que decir, de modo que Bell se paseó a su alrededor, meneando un índice en alto, a modo de reconvención.

—Escúchame bien, Nea: esta noche te visitarán tres espíritus. Son unos amigos que he hecho recientemente, les conté de ti y aceptaron hacerme este favor. Atiéndelos, aprende algo de ellos, porque de no hacerlo, te las verás peor que Voldy en el limbo de King’s Cross.

—¡Bell, por favor, no cites a Harry Potter ahora! ¿Cómo podría pasarme eso en la vida real?

—¿Cómo podría no pasarte? El futuro no está escrito en piedra. El primero de mis amigos vendrá a las once, que no se te olvide.

Nea calló ante eso y miró cómo Bell se dirigía a un ventanal al fondo del escenario, el cual abrió para saltar y perderse de vista. Nea corrió hacia allí, asustada, asomándose al exterior.

—Sí, ahora creo que está muerta, ¡Bell odiaba las alturas! Y este departamento está en un quinto piso. Además, ya no la veo.

Así las cosas, una Nea sumamente nerviosa miró a su alrededor mientras las luces se apagaban poco a poco y caía el telón, para luego encenderse el reflector sobre Pad otra vez.

—Nea había creído que la difunta Bell la visitó, pero de todas formas, no estaba para cuentos de fantasmas, por lo que se dispuso a dormir y a olvidarse del asunto. Cosa que, por supuesto, no iba a suceder.

Pad esperó unos segundos y luego se aclaró la garganta.

—Con esto terminamos el primer acto, damas y caballeros —anunció —En cinco minutos iniciará el segundo acto.

La gente tomó esa oportunidad para levantarse de sus asientos, estirar las piernas, comentar lo que les parecía la obra. No se imaginaban la que estaba cociéndose tras bambalinas.

—¡Nea! ¿Se puede saber por qué sonabas tan enfadada? ¡Eso no estaba en el libreto!

Mery reñía a Nea de forma histérica, pero la chica del látigo se hizo la sorda.

—Si no sabes, no pienso decirlo —espetó la nombrada, antes de ir a su camerino y encerrarse de un portazo.

—¿Ahora qué le pasa? —quiso saber Mery.

—Eh, creo que lo sé —mencionó entonces Writer, que luciendo un sencillo vestido amarillo, leía algo en la agenda de la OSECI.

Al mostrarles cierta página a sus compañeras, se hizo el silencio. Después se corrió la voz y Bell, que en cuanto salió de escena debió revisar una cosa fuera del teatro, se halló al regresar con un silencio causado por el pánico.

—¿Ahora qué les pasa? —inquirió.

—Etto… Bell–sempai, ¿sabías que hoy es cumpleaños de Nea?

—Sí, claro, por eso habrá una cena al terminar la obra, me pasé toda la noche terminando… —al ver las caras de espanto a su alrededor, Bell frunció el ceño —¿Ustedes sabían, no? —recibió a modo de respuesta sendas negativas —¡Diantres! Por eso está enfadada, ¿verdad? ¡Nadie la ha felicitado! ¿Dónde está B?

—Aquí —indicó el muchacho, a quien todos conocían como el novio de Nea. Ya estaba caracterizado, pues tendría una participación en la obra.

—Dime que tú la felicitaste, por favor.

—Pues… Sí, lo hice, pero no le di su regalo. Me avisaste de la cena, pensaba dárselo allí como sorpresa, y bueno…

—Ya —Bell lo cortó con aire de impaciencia —Terminemos con esto y más les vale que la compensen en la cena o no se los perdonaré jamás.

Las SECI’s temblaron ante la amenaza de su Líder. Y tanto ellas como el resto de los oyentes se prometieron solemnemente hacer algo para contentar a Nea, no fuera que echara mano de su látigo o su daga para desquitar su enfado.



~Continuará…~

&&&

(1) Según registros secretos (historiales de MSN, para más señas, jajajaja), la “fundación” de la OSECI se dio el 15 de diciembre de 2010, en una charla entre Veerie y su servidora.

(2) Se hace alusión aquí a parte del seudónimo oficial de Dann en ciertos sitios (Dann_writer) y a una de sus recientes obsesiones televisivas: la serie “House M.D.”

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