martes, 20 de diciembre de 2011

La OSECI presenta... Incauto Cuento de Navidad (II)

~En la entrada anterior…~

A Bell se le había ocurrido la genial idea de reunir fondos para su cena pública de Nochebuena, para los regalos de sus chicas y para algunos donativos; organizó entonces la representación de una adaptación escrita por ella misma del Cuento de Navidad de Charles Dickens. Además, el día del estreno, pensaba celebrar el cumpleaños de una amiga suya y de la OSECI, Nea Poulain. Pero ¡oh, sorpresa! Sus chicas y el resto de los participantes ignoraban qué se celebrara ese día, por lo que Nea se estaba tomando demasiado en serio su personaje, la adaptación de Scrooge. ¿Cómo se las arreglarán para sacar la obra adelante y al mismo tiempo, contentar a la dueña del látigo? Vamos a averiguarlo.

~18 de diciembre, en el Teatro Imaginario…~

—Tercera llamada, tercera. Tercera llamada, ¡comenzamos!

El segundo acto dio inicio mostrando un dormitorio espacioso, con una cama matrimonial cubierta por gruesas mantas, donde se veía a Nea acostada despreocupadamente y vestida con una camisa de franela blanca. Al principio no se oía nada, pero luego repiquetearon once campanadas y Nea se movió, para luego sentarse.

—Bueno, no he podido dormir, dieron las once y del amigo de Bell, ni sus luces. ¿Acaso soñé todo? No, Bell habrá estado loca, pero no me echaría semejante cuento nada más para divertirse. Puedo esperar diez minutos y si nada sucede…

Se interrumpió con el sonido de unas risitas.

—Vaya, ¿esta es la casa? Me recuerda a un tablero de ajedrez —apareció en el escenario un joven de cabello oscuro, ojos verdes y anteojos al que las mujeres del público comenzaron a silbarle y soltarle piropos. El joven sonrió tímidamente, acomodándose la capa gris que llevaba, antes de fijarse en la ocupante de la cama —¿Eres tú Altair Andrea Black Poulain?

—Soy yo —respondió la aludida, encogiéndose un poco.

—Muy bien, soy el amigo de Bell, el Espíritu de las Navidades Pasadas. Puedes llamarme Rodrigus, si quieres.

—Momento, ¿no eres el idiota de Ficticio? ¿Cómo llegaste aquí?

—No entiendo de qué me hablas. ¿Quién es Ficticio?

—Así se apellida el… Olvídalo. ¿Y por qué Rodrigus?

—No sé, me gusta. Y es más corto que “Espíritu de las Navidades Pasadas”. ¿No te parece?

Nea parecía que iba a hablar, pero se quedó en silencio.

—Así que, ¿me vas a enseñar algo?

—Lo haré. Toma mi brazo.

Nea dejó la cama y con paso lento, se acercó a Rodrigus y se sujetó del brazo que le tendía. En eso el escenario se llenó de humo blanco y al disiparse éste, vieron que tras ellos el escenario mostraba un aula oscura, con las bancas vacías a excepción de una chiquilla de oscuro cabello rizado, que miraba por la ventana con aire ausente.

—Esa… ¿acaso soy yo? —soltó Nea, realmente sorprendida.

—Estamos en las Navidades que ya fueron —explicó Rodrigus —Nadie puede vernos ni oírnos. Y sí, eres tú. ¿Recuerdas esta Navidad?

—¡Cómo olvidarla! Mi madre había muerto en primavera, mi padre se había vuelto un ermitaño gruñón y yo debía quedarme en el internado para las fiestas. Pero luego…

Nea no siguió hablando, porque entonces una chica cuyo vestido azul lanzaba destellos entró apresuradamente, con una sonrisa de oreja a oreja, directamente hacia Nea.

—¡Querida hermana! —llamó la chica, sacando un pañuelo para limpiarse las lágrimas del rostro —Ven, anda levántate —apremió —Nuestro padre ha sufrido una transformación, ahora sonríe de nuevo, quiere honrar la memoria de nuestra madre y desea que vuelvas a casa.

—¿Hasta cuándo? —inquirió la versión infantil de Nea, a quien por cierto, nadie reconocía.

—¿Hasta cuándo qué?

—¿Hasta cuándo podré estar en casa?

—¡Qué pregunta! ¡Hasta siempre! —exclamó la jovencita del vestido destellante, haciendo que la Nea niña se pusiera de pie —Ya hablé con la directora y están preparando tus cosas. Incluso papá me prestó uno de los coches para venir por ti. Anda, vamos, a casa.

Las dos salieron entre risas de la escena y la otra Nea, la que iba con el espíritu, se quedó con semblante nostálgico.

—¿Ella quién era? —preguntó Rodrigus amablemente.

—Luu, mi hermana —contestó Nea con aire ausente.

—Bonita muchacha —observó el espíritu.

—¡Oh, sí! Y no solo eso, era toda bondad, un ángel. Uno que se fue muy pronto.

—Mala salud, ¿eh?

—Sí, desde que recuerdo fue delicada.

—Pero antes de morir tuvo hijos, ¿no?

—Solo una, mi sobrina Janni.

—¿La ves seguido?

Nea negó con la cabeza.

—Bien, tenemos que seguir, tenemos un margen de tiempo ajustado —indicó Rodrigus, ofreciendo su brazo nuevamente.

Nea lo tomó, el humo blanco se hizo presente de nuevo y tras retirarse, el fondo del escenario mostraba una oficina muy parecida a la de Potter & Poulain, pero más sencilla y menos moderna. Había un círculo de sillas y al centro, trepada en lo que parecía una caja, una mujer de aspecto joven y sonrisa amplia llamaba a todos al orden.

—¡Por favor, atentos! ¡Vamos a comenzar! ¿Quién quiere ser el primero en bailar?

—¡Beta Fantasy! —dejó escapar Nea, maravillada —Aquí empecé a aprender el negocio. ¡Y ella era nuestra jefa, Frikiloca! —señaló a la mujer encaramada a la caja —Siempre fue tan atenta y dedicada, nos enseñó todo lo que sabía.

—¿Nos?

—Sí, Bell y yo. De hecho, aquí nos conocimos. ¿Estaremos en esa Navidad?

No tardó en responderse su pregunta. Bell, ahora con pantalón de mezclilla, blusa rosa oscuro y botas negras, le sonreía a todo el mundo de forma reservada, hasta que una versión más joven de Nea se acercó a ella y se pusieron a charlar.

—Aunque era mayor que yo, no se sentía a gusto entre tanto desconocido y quise sacarle plática —recordó Nea con una sonrisa —Al minuto siguiente no podía callarla. Fue muy amable y…

La Nea más joven miró entonces hacia donde Bell señalaba y allí, conversando con otros chicos, se hallaba uno de traje marrón oscuro y corbata verde botella, dedicándole una sonrisa.

—Es B —musitó Nea, melancólica.

—¿Quién era él?

—Un buen amigo —contestó de pronto Nea, cortante.

En ese instante comenzó una canción bastante movida y Bell, juguetona, empujó suavemente a la Nea joven al centro del círculo de sillas, directamente hacia el tal B. Ambos chocaron, hubo risas nerviosas y disculpas para finalmente, bailar juntos.

—Anda, debemos seguir —llamó Rodrigus entonces.

—¿No podemos esperar un poco? Recuerdo que hubo un intercambio de regalos y…

—Pero si será una tontería, como todo en Navidad, ¿no es lo que dices siempre?

Nea se mordió el labio inferior y se sujetó bruscamente al brazo del espíritu.

Tras una nueva tanda de humo blanco, se hallaron en un parque. La Nea joven iba del brazo de B, quien por su cara, se notaba un tanto nervioso.

—Tenemos que hablar —dijo él finalmente, deteniéndose ante un banco y tomando asiento.

—¿De qué? Te ves muy mal, B, ¿pasa algo malo?

—Quizá. Lo siento, pero esto no puede seguir así. Rompamos, Nea.

—¿Romper? ¿Hablas en serio?

—No me obligues a ver esto —pidió la Nea actual, de pie junto al espíritu.

—¿Qué más da? Solo contemplamos sombras de lo que ya fue. No deberían afectarte.

A juzgar por la expresión de ambas Neas, sí les afectaba. B, por su parte, se mostraba impasible, pese a apretar los labios con fuerza.

—¿Es por postergar el compromiso? Dime, ¿es por eso? —quiso saber la Nea joven.

—Para qué negártelo, Nea, es por eso. Pero tampoco creas que es el único motivo. De un tiempo a la fecha te ves encandilada con un nuevo amor y presiento que no puedo ganarle.

—¿No estarás insinuando que te engaño?

—No, realmente no. Lo único que digo es ahora amas a otro más que a mí.

—¿A quién, si puede saberse?

—A qué, debo corregir. ¿Es cierto o no que ya no nos vemos porque estás ocupada con autores, con correcciones, con viajes de negocios?

—¿Hablas del trabajo, entonces?

—No. Tú no eres como tu socia, una materialista en los negocios, pero que se da sus escapadas con su familia y de vez en cuando hace cosas conmovedoras para con el prójimo. No, eres peor, porque sientes que no debes rendirle cuentas a nada ni a nadie, en tu mente solo existes tú. O dime, cuando logras esos jugosos contratos, ¿en qué piensas? ¿En tu prestigio? ¿En tu satisfacción personal? ¿O, como temo, nada más piensas en el dinero que has ganado?

La joven Nea boqueaba, pasmada, en tanto la otra Nea se mordía el labio para no gritar de frustración. Al cabo de unos segundos, B se puso de pie y tendió una mano, mostrando en ella una cajita negra de terciopelo.

—Dime que no es cierto lo que dije, dime que las cosas mejorarán entre nosotros y no tendré que deshacerme de esto para siempre.

—¡Pero de qué hablas! ¡Trabajo tanto para ahorrar y vivir mejor y tú me sales con esto!

—También trabajo, Nea, pero el dinero no se convirtió en lo único que me importa. Y por lo visto, debo decirle adiós a una vida contigo. Que seas feliz en ese camino tuyo, aunque lo dudo.

Dicho esto, B se guardó la cajita de terciopelo y se alejó, dejando a una Nea llorosa y furiosa en el banco. La otra Nea, en cambio, observaba en silencio.

—¿Volviste a toparte con B? —inquirió Rodrigus.

—A veces, pero él hacía como si no me viera —admitió Nea, inclinando la cabeza.

—¿Sabes si se casó? ¿Si tuvo familia?

—Creo que no. Sigue soltero.

—¿Cómo lo sabes? ¿Esto hace cuánto fue?

—Hace… hace tres años.

—Ah, no fue hace mucho. Bueno, nos queda una última parada. Vamos.

Nea repitió la operación de sujetarse a su brazo y luego, los envolvió humo blanco. Tras disiparse, se hallaron en una habitación blanca, claramente de hospital, donde Bell ocupaba una cama. Pero no se veía como hacía un año, llena de heridas. No, Nea creyó saber qué fecha era.

—Hace dos años —recordó en voz alta —nació la segunda hija de Bell.

—¿Bell tuvo hijas?

—Sí. Bueno, a la mayor la adoptó, pero se notaba que la adoraba. Y la segunda… Bell estaba loca de alegría, me consta.

—No te veo aquí.

A Nea se le ensombreció el rostro.

—Estaba en la oficina, batallando con un reporte que los bancos exigían. Normalmente era Bell quien hacía esas cosas, pero como dio a luz…

—Entiendo.

En eso entró un hombre de cabello oscuro y traje a rayas azules y grises, que era quien al principio de la escena, invitó a Nea a comer. Se parecía sospechosamente al Espíritu de las Navidades Pasadas. Llevaba de la mano a una muchacha de sonrisa simpática que fue vitoreada por los empleados de Dann.

—¡Bell, Bell! —exclamó la muchacha, dando saltitos y acercándose a la cama —Quiero ver a mi nueva hermanita, ¿puedo?

—Sí, claro, Sole, en un momento la traen.

La nombrada dio un último saltito antes de sentarse con cuidado en la cama.

—¿Cómo te sientes? —preguntó entonces el hombre de traje.

—Cansada, ¿tú qué crees? —Bell rodó los ojos, aunque sonreía con tristeza —¿Qué te dijeron los médicos? Y dime la verdad.

—Bell, delante de la niña no…

—Por favor, quiero saberlo.

El hombre suspiró.

—Nada de otros hijos para ti. Podría matarte. Y no saben si Zinnia estará viva en dos meses.

—¿Se van a morir? —se asustó Sole, mirando a Bell con ojos muy abiertos.

—No si puedo evitarlo —prometió Bell con un amago de sonrisa —Las cuidarás, ¿verdad? —le preguntó al hombre de traje.

—No me hables como si fueras tú la que se va a morir.

—Pero si llegara a pasar, las cuidarás, ¿verdad? A Sole y a Zinnia.

—Claro que sí. Lo sabes.

—Le pediré a Nea que sea la madrina de Zinnia.

—¡Estás loca! —soltó el de traje, riendo —Tu socia antes vende sus riñones que estar al pendiente de una niña que se puede morir en cualquier momento. ¿No la dejó su novio por eso?

—¿Cómo lo supiste?

—Olvidas que el novio trabaja conmigo, querida. Como sea —el de traje se encogió de hombros —mejor pídeselo a ese muchacho que contrataste hace seis meses. ¿Dann, se llama?

—¿A Dann? ¿Qué mosca te picó?

—Ninguna. Tú eres madrina de uno de sus niños, me pareció adecuado.

Bell se encogió de hombros antes de asentir.

—Feliz día para que alguien nazca, ¿no? —dijo finalmente, cerrando los ojos con cansancio.

—¿No murió Bell al año siguiente?

La pregunta sacó a Nea de sus pensamientos.

—Sí, ella y su familia tuvieron un accidente, Se tomó una semana de vacaciones, a partir  de Nochebuena, y salieron a carretera. Pero había niebla, un camión se les atravesó y…

Nea encogió los hombros, aunque los ojos se le veían algo brillantes.

—El marido y las niñas sobrevivieron, aunque estuvieron inconscientes por días. Bell no, creo que algo dijeron los médicos del volante rompiéndole unas costillas y perforándole un pulmón. Bonito día para morir —concluyó Nea, irónica en extremo.

—Te dolió, ¿eh? Culpas al marido y a las niñas por sobrevivir cuando Bell no lo hizo.

—¿De qué hablas? No tengo tiempo para eso, hay mucho qué hacer. Bell dejó varios pendientes al irse de vacaciones y ahora que murió, hago el trabajo de dos.

—¿No te invitó a acompañarlos el año pasado?

—Sí, pero creo que me quería de niñera para esas hijas suyas. No sé por qué, pero Zinnia nomás me ve y no me suelta. Parece un zombi por lo pálida que está y lo tiesa que camina…

Unos cuantos abucheos se dejaron oír.

—Quizá la pequeñita ve cosas en ti que olvidaste.

—¡Bah, tonterías!

—Como quieras. Bien, es hora de irme. Pero debo advertirte que el siguiente amigo de Bell que vendrá a visitarte llegará a la una. Atenta, pues, y buena suerte.

Nea se veía con afán de replicar, pero el consabido humo blanco la cegó y para cuando se dio cuenta, estaba de vuelta en su alcoba. Miró a su alrededor,

—Bonito día para recordar —masculló con molestia, volviendo a la cama.

En eso resonó una lúgubre campanada que dejó a Nea temblando bajo las mantas.

Entonces el telón bajó y Pad fue nuevamente iluminada en su esquina.

—Las Navidades Pasadas le habían abierto a Nea viejas heridas, pero también le habían recordado momentos felices en los que hacía mucho no pensaba —leyó con dulzura —Sobre todo, en su mente revoloteó un pensamiento que, cuando lo razonó, la asustó: antes había tenido gente a su alrededor que la apreciaba, le sonreía y la quería. ¿A dónde habían ido? Al más allá. Como Bell hacía un año, como su hermana Luu, incluso como su vieja jefa Frikiloca…

—¡Oye! —se oyó tras bambalinas una voz femenina, en tono de queja.

—… Todos estaban lejos de su alcance. Quizá la excepción fuera B, pero él se sentía muerto para Nea, por el apego que ésta le tenía al dinero, así que poco contaba. Con esas ideas, ¿qué podía esperarle con el siguiente espíritu? Lo sabremos en el tercer acto, damas y caballeros, que comenzará en diez minutos.

Otra vez hubo movimiento e incluso algunos abandonaron sus butacas para ir al vestíbulo, donde estaba instalada una pequeña tienda donde pudieron adquirir panecillos, chocolate caliente o, en el caso de quienes sentían un calor atroz (era un fenómeno bien conocido en Agua Imaginaria), deliciosos helados y frapuccinos. Aquello parecía un cine.

Pero nadie demoró mucho comprando, porque se apresuraron a volver a sus asientos en espera del tercer acto.



~Continuará…~

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