sábado, 10 de diciembre de 2011

Tinta a la Carta III: Comida en cinco tiempos

~Aperitivo~
Emma
(Jane Austen)
—No te preocupes, Harriet, nunca seré una pobre y lamentable solterona. Lo que a los ojos de la gente hace despreciable a una solterona, es su pobreza. Una mujer solitaria, son una renta exigua y desagradable, objeto de la burla de muchachos y muchachas. Pero una solterona rica siempre resulta respetable, y puede ser tan interesante y agradable como cualquier otra persona. Y esta distinción no creas que niega la buena fe y el sentido común del común de la gente, como podría parecer, porque la escasez de medios tiende a encoger el ánimo y tornar agrio el carácter. Aquellos que llevan una existencia difícil, forzada a relacionarse con gente inferior y de horizontes limitados, han de ser personas de mentalidad estrecha y carácter difícil. Con todo, no puede aplicarse enteramente este principio a Miss Bates; sin duda, es una mujer demasiado tonta e ingenua para gustarme, pero en general la gente la aprecia, por más que sea soltera y pobre. La pobreza no ha conseguido desanimarla. Creo que si no le quedase más que un chelín en el mundo, probablemente regalaría seis peniques. Nadie se extrañaría. No puede negarse que hay en ello un gran encanto.

~Entrada~
Cien años de soledad
(Gabriel García Márquez)
—He venido al sepelio del rey.
Entonces entraron al cuarto de José Arcadio Buendía, lo sacudieron con todas sus fuerzas, le gritaron al oído, le pusieron un espejo frente a las fosas nasales, pero no pudieron despertarlo. Poco después, cuando el carpintero le tomaba las medidas para el ataúd, vieron a través de la ventana que estaba cayendo una llovizna de minúsculas flores amarillas. Cayeron toda la noche sobre el pueblo en una tormenta silenciosa; y cubrieron los techos y atascaron las puertas, y sofocaron a los animales que durmieron a la intemperie. Tantas flores cayeron del cielo, que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro.

~Plato Fuerte~
El Conde de Montecristo
(Alexandre Dumas padre)
—¡Ah! Sobre su persona, eso es otra cosa; he visto tantas cosas raras en él, que si queréis que os diga lo que pienso, os responderé que le miraría como uno de los hombres de Byron, a quienes la desdicha ha marcado con un sello fatal; algún Manfredo, algún Lara, algún Werther; como uno de esos restos, en fin, de alguna familia antigua, que, desheredados de su fortuna paterna, han adquirido una por la fuerza de su genio aventurero que les ha hecho superior a las leyes de la sociedad…
—¿Qué decís?
—Digo que Monte–Cristo es una isla en medio del Mediterráneo, sin habitantes, sin guarnición, refugio de contrabandistas de todas las naciones, de filibusteros de todos los países. ¿Quién sabe si esos dignos industriales pagarán a su señor un derecho de asilo?

~Entremés~
Una Canción para el Verano
(Eva Ibbotson)
Pero no fue necesario. Él no se apartó ni hizo un comentario brusco. Lo que Ellen hubo de aceptar fue totalmente distinto: el tacto de sus manos cuando le hizo volver el rostro hacia él… y luego, la bienvenida a casa, el instante que estaba fuera de tiempo y sin embargo contenía en sí todo el tiempo. Lo que hubo de aceptar fue su beso.

~Postre~
La Prometida
(Suzanne Finnamore)
Todo el mundo me hace las dos mismas preguntas.
—¿Sabías que te lo iba a pedir?
—Tenía una corazonada —digo. Mis ojos se mueven a su antojo.
Inmediatamente lanzan su segunda pregunta.
—¿Tienen ya fecha?
—El diecinueve de octubre del año que viene.
Me siento salvada. Pienso que si no tienes fecha, te apedrearían.


Con mis agradecimientos a Nea Poulain por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

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