~En la entrada anterior…~
El segundo acto de la obra, aparentemente, se desarrolló sin sobresaltos. Nea interpretó magistralmente a la amargada que comenzaba a darse cuenta de sus faltas, echando una mirada a sus Navidades Pasadas. Luego de acabado el acto, se había dado un descanso ligeramente más largo que el anterior, y quien se sabía la historia de Dickens, ya se imaginaban lo que venía, aunque esperaban pasar un buen rato con el elenco que saldría a escena.
¿Y quiénes serían esos actores y actrices que les ofrecerían semejante entretenimiento?
Vamos a averiguarlo.
~18 de diciembre, en el Teatro Imaginario…~
Otra vez el escenario de inicio era la recámara de Nea, pero en un rincón había poca luz, a excepción de un par de velas. Nea, acostada y semidormida, se movió al escuchar a alguien canturreando uno de esos odiosos villancicos.
—¡Pero mira como beben los peces en el río! ¡Pero mira como beben por ver a Dios nacido!
Nea se sentó en su cama y dirigió los ojos al rincón poco iluminado. Saltó de la cama y caminó hacia allí, con lo que aumentó el volumen de la voz que cantaba.
—¡Beben, y beben, y vuelven a beber! ¡Los peces en el río por ver a Dios nacer!
—¡Cállate y dime cómo entraste! —exigió Nea, exasperada, con látigo y daga en alto.
El rincón se iluminó en un santiamén y dejó ver a Mery con un hermoso traje verde, en el cual estaban bordadas esferas rojas y estrellas doradas hechas con lentejuelas. En la cabeza, portaba una diadema con una estrella blanca y en las manos cargaba con un cuerno de la abundancia (a veces llamado también cornucopia). Se parecía bastante a un árbol de Navidad.
—¡Hola, querida! —saludó Mery, echándose a reír de forma contagiosa —Llegas justo a tiempo. ¿Gustas un chocolate? —ofreció, alargando el cuerno.
—¡Yo sí! —se oyó que aceptaba Joke tras el escenario, pero alguien chistó y la Invitada Especial ya no volvió a hablar.
—No, gracias —declinó Nea, haciendo un gesto de sorpresa —¿Tú eres la segunda amiga de Bell? ¿La que dijo Rodrigus?
—Sí, yo soy. El Espíritu de la Navidad Presente. Puedes llamarme Señora de Wilde.
Se oyeron algunas risitas fuera de escena.
—Creo que te llamaré Espíritu, gracias —dijo finamente Nea, con una ceja arqueada.
—Como quieras. Ahora, toca uno de mis bordados y nos iremos. Hay mucho qué hacer.
Nea suspiró y acercó la mano al primer bordado que vio (una esfera roja) y un humo azulado desvaneció por un momento la escena. Reaparecieron aparentemente en la sala–comedor de una casa humilde. En una silla mecedora, se vio a una mujercita tejiendo afanosamente, rodeada por dos chiquillas que parloteaban sin parar.
—Mamá, mamá, ¿ya viene Luna? —quiso saber una chica que hacía enormes esfuerzos por no reírse. Se trataba de May, que hacía muecas al pelearse en broma con Joke.
—Cálmense ya, pronto llegará su padre —advirtió la chica sentada en la mecedora, quien no era otra que la esposa de Doño Dann, recibida en escena con una gran ovación de los empleados del Palacio —¿Pero qué lo demora tanto? Irina y Rómulo son ligeros como una pluma, nunca dan problemas.
—Eh, mamá, ¿me das una probada de sopa? —pidió una jovencita que hasta el momento, había estado escribiendo afanosamente en un viejo cuaderno.
—Sí, mamá, ¿nos das algo de sopa? —a la petición se unió un pálido chiquillo con revuelto cabello oscuro.
—Ahora no, Writer, Rómulo, esperen al menos a que llegue Luna. ¡Joke, May! Silencio o no tendrán postre hoy, ¿entendido?
Al instante, May y Joke dejaron de discutir, poniendo sus caras más angelicales y acercándose a Writer y a Rómulo para jugar algo un poco más calladas.
—¡Ya llegué! —anunció alegremente una chica de acento español al entrar en la estancia, pasando junto a Nea y el Espíritu de las Navidades Presentes como si no existieran (y de hecho, para ella no existían). —¡Feliz Navidad, mamá! ¡Feliz Navidad, diablillos!
Writer, Rómulo, May y Joke saltaron de gusto y rodearon a la Messias, que había salido a escena con un vestido rojo, azul y amarillo dorado. Varios en el público sabían lo aficionada que Luna era al Barça y se sorprendieron de que las encargadas de vestuario le hubieran cumplido el deseo de salir con esos colores en la obra.
—¿Qué tal el trabajo, Luna? —quiso saber la esposa de Doño Dann (que en el programa aparecía nombrada como “Sofii alias Peti alias Multi–P”), dejando el tejido y la mecedora para darle un abrazo a la recién llegada.
—Bien, tuvimos que acabar un montón de cosas, ¡aún siendo Navidad! Menos mal que nos pagarán lo que corresponde o si no…
—Te lo enseñó tu padre, “haz valer la ley, pero de tal forma que sigas siendo empleado”.
—¡Viene papá, viene papá! —anunció May, peleando con Joke para mirar a través de una ventana —¡Luna, escóndete, que crea que no has llegado!
Luna obedeció y se colocó de tal forma que cuando Dann finalmente entró a aquella habitación, quedó oculta por la puerta. El dueño del Palacio sujetaba la manita de una niña a su izquierda, que les sonrió a todos y apoyó con fuerza su pequeña muleta.
—¡Feliz Navidad, familia! Lamentamos la demora. ¿Dónde está Luna?
—¡No viene! —se lamentaron May y Joke a coro, con caras convincentes de tristeza.
—¿Cómo que no viene? —se quejó Dann, alzando en brazos a la niña de la muleta —¿Qué le he dicho a esa chica de hacer valer sus derechos? Según las leyes laborales, ni siquiera debería trabajar hoy, ¿quieres que vaya por ella, ‘posa mía?
Luna hizo gesto de aguantarse la risa, antes de recordar su papel y mostrarse como una hija que no quería ver preocupado a su padre, aunque fuera en broma. Salió de su escondite y fue a darle un abrazo, por lo cual Dann se echó a reír, todavía con Irina en brazos.
—¡Demonio de muchacha! ¡Ya me habías preocupado! —amonestó Dann, aunque sonreía con ganas —Vamos, vamos, todos a la mesa.
Nea contempló el pequeño banquete que la esposa de Dann disponía. No era la gran cosa, apenas un pollo relleno en lugar de pavo, una sopa y una ensalada. Además, las ropas de la familia se veían remendadas hasta el cansancio, pero limpias y bien planchadas.
—No lo entiendo —comentó Nea de pronto —Dann apenas gana para vivir, y aún así se casó, tuvo un montón de niños y hace una comida especial este día.
—Está agradecido con la vida —indicó Mery con semblante benevolente, saboreando un chocolate de su cornucopia.
—¿Con esta vida? —Nea sonó incrédula al señalar la habitación, la mesa y las ropas de los Writerhouse —Eso sí que es gracioso —rió sin mucha alegría.
—Hoy, al venir de la iglesia —decía Dann con tal mueca, que el público no pudo contener la risa: el dueño del Palacio solía decir que la religión era el opio del pueblo —Irina ayudó a una señora a levantar su monedero, porque la empujaron y se le cayó. Y me dijo que tenía un angelito por hija, de esos que Dios manda de vez en cuando para enseñarnos cosas buenas.
—¿Me dijo angelito? —se sorprendió la pequeña Irina, abriendo mucho sus ojos.
—Sí, hija, porque fuiste buena y la ayudaste.
Irina asintió encantada y pronto sus hermanos la llenaron de mimos.
—Espíritu —musitó Nea en ese momento —Irina… ¿qué tiene?
—Dolencias de los pobres y mal atendidos, Nea, ¿qué esperabas? No es como si tus empleados ganaran los millones.
—Pero tienen prestaciones —refutó entonces Nea, mostrando sus conocimientos de mujer de negocios —Bien podría alguien en esta casa llevar a la niña al médico.
—¿Cuándo? —alegó Mery, que bien metida en su papel, desenvolvía otro chocolate salido de su cuerno de la abundancia —Dann se la pasa en la oficina porque tú se lo mandas. Peti, la madre, también tiene que ganarse algo de dinero con sus tejidos, Luna se encierra en una tienda de deportes contando playeras y ordenando balones…
En la mesa de los Writerhouse, Luna hacía lo posible por no carcajearse, fingiendo que no oía nada de lo que Mery decía.
—… Y los otros niños van a la escuela con lo que ganan los adultos. Bell nos advirtió que para estas cosas eras distraída, pero no quería creerlo.
—¿Qué dijiste? —Nea llevó una mano automáticamente a su látigo.
—Pues eso. Bell conoció a los Writerhouse porque Sole y las mellizas son amigas —Mery señaló a May y a Joke, que disimuladamente, saludaron al público desde la mesa, causando un aluvión de aplausos —Fue madrina de Rómulo, y Peti es madrina de Zinnia. ¿No sabías?
Nea negó con la cabeza, perdiendo en ese momento la cuenta de cuántas veces había repetido el gesto esa noche.
—¿De verdad soy tan distraída? —se preguntó la joven de mechones verdes con agitación —¿En serio no veo lo que pasa a mi alrededor? ¿Por qué Bell nunca me dijo de dónde conocía a Dann Writerhouse? Recuerdo que ella simplemente llegó un día y me soltó que tenía a nuestro jefe de diseño de portadas, pero…
—Si entonces no se lo preguntaste, ya no hay remedio —Mery se encogió de hombros, escarbó entre el contenido de la cornucopia y sacó un racimo de uvas —¿Gustas? —ofreció a Nea.
—No, gracias.
—¡A la salud de la señorita Poulain! —dijo entonces Dann, alzando un vaso de sidra.
—¡Sí, claro! —dejó escapar Peti con sarcasmo, dejando con fuerza su vaso en la mesa —A la salud de la persona más egoísta, mandona, gruñona, sarcástica y tacaña de la ciudad.
—¡Peti, los niños! —soltó Dann en señal de censura.
A May y a Joke les daba risa aquello, lo mismo que a Luna, pero se contenían cuanto podían. Writer fingía no prestar atención por vigilar a Rómulo y a Irina.
—Bien, bien —se resignó Peti, tomando de nuevo su vaso —Brindemos a la salud de la señorita Poulain, porque es quien le da ese trabajo malpagado a su padre…
—¡Peti!
—Déjame acabar, Dann. Brindaremos por su salud, aclaro. Pero no por ella.
Así, la familia entera levantó sus vasos (a May le quitaron rápidamente un vaso de sidra, ante la risa de medio pueblo presente en el teatro) y bebió largamente.
—Vamos, tenemos otro compromiso —apuró Mery.
Nea posó la mano en una estrella dorada de lentejuelas y el humo azul cubrió el escenario, para dar paso a la sala de otra casa, una un poco más pequeña, pero más nueva y llena de gente. Nea no sabía a dónde había ido a parar hasta que una fuerte ovación dio la bienvenida a los actores que participaban esta vez.
Janni, con un vestido rojo con adornos blancos, reía en compañía de su esposo, un tipo con ropas bien cuidadas y ojos de anciano. A su alrededor, se hallaban sentadas varias personas, entre ellas Veerie, Baru y su esposo Seba, una joven mujer a la que se reconocía como Makoto Black y una chica que se veía muy similar a la Nea que salió con Luu casi al principio del segundo acto. Por lo visto, estaban jugando a algo.
—No es un animal ni un monstruo, ¿acaso es una persona? —inquirió Veerie entre risas.
Janni asintió y contuvo sus propias carcajadas, en tanto hacía gesto de pasearse altivamente, para luego fingir que gritaba a alguien invisible.
—Debe ser una persona muy gruñona —contribuyó entonces Mako, entusiasta.
Janni volvió a asentir y esta vez hizo como que se sacaba algo del cinturón y lo azotaba en el aire. Baru se echó a reír y exclamó.
—¡Ya sé, ya sé! ¡Es tu tía Poulain!
Cuando Janni asintió y exclamó “¡Bingo!”, los demás rieron más fuerte.
—¡Excelente, querida! —felicitó el marido de Janni, llevándoles vasos de ponche a sus invitados —Para no ver seguido a tu tía, te ha salido bastante bien.
—¿Este qué se cree? —espetó Nea de mal humor, sacando su látigo y chasqueándolo.
Obviamente, nadie le prestó atención.
—Ah, mi buena tía —dijo entonces Janni, sonriendo. Bebió un poco de ponche y contó —¿Saben qué me dijo cuando la invité a venir hoy? ¡Tonterías! —los invitados soltaron la carcajada —Sí, que la Navidad eran tonterías. Sería muy feliz si quisiera, pero trabaja como condenada.
—Ella nunca ha sido santa de mi devoción, pero algo de lástima sí me da —reconoció el marido de Janni, sentándose en uno de los sillones con su vaso de ponche en la mano.
—¿Qué ha dicho? —Nea agitó de nuevo el látigo y la punta de este alcanzó al marido de Janni, que tuvo que apretar los dientes para no quejarse y seguir como si nada. Eso causó una ola de aplausos —¿Y con este mequetrefe se fue a casar mi sobrina? ¿Qué diría Luu si lo viera?
—Se quejaría como tú, quizá, pero acabaría aceptándolo. Aunque no lo parezca, el tonto de Stiven es buen tipo, cuida bien a Janni.
A duras penas, el tal Stiven ocultó una mueca de inconformidad al oírse llamar “tonto”.
—¿Qué clase de nombre es Stiven? —se quejó Nea.
—Oye, ahora me vas a decir que no sabías el nombre de tu sobrino político.
Ante el silencio de Nea, Mery se mostró incrédula.
—¡Estás más perdida de lo que Bell nos contó! Bien, no es precisamente mi problema. Una parada más y deberé dejarte. Mi tiempo en el mundo de los hombres se acaba esta noche.
—Como digas.
Tras el acto de tocar un bordado de lentejuelas y la aparición del humo azulado, se encontraron en una sala en tonos arena y marrón, con minúsculos detalles rosados. En los sillones, jugando sin parar, se vio a la seudo–madre de Dann y a una chiquilla muy pálida de cortos rizos oscuros. Entre ellas, con cara de resignación, estaba el joven guapo de cabello oscuro y ojos verde que tanto había encantado a la audiencia femenina desde su primera aparición.
—¿Van a dejar de jugar algún día? Le prometí a Dann que iríamos un rato a su casa.
—¡Sí, a casa del Doño Dann! —saltó la niña pequeña, bajando del sillón con lentitud —Quiero ver a Romi, quiero ver a Romi…
—Que no te oiga Peti decirle así a su hijo —rogó Sole entre risas —¿A qué hora nos vamos?
—En cuanto se pongan los abrigos, las bufandas y los guantes. Ayuda a Zinnia, Sole.
En cuanto el de ojos verdes se quedó solo, llamaron a su puerta. Al abrir, se topó con B, que traía las manos ocupadas con regalos.
—¿Puedo pasar? —quiso saber.
—¡Claro! Pero íbamos de salida. ¿Quieres venir con nosotros? Pasaremos a casa de Dann.
—¿Por qué no? Dejo esto bajo tu árbol y… —B recorrió la habitación con la mirada —¿No pusiste árbol este año, Fic?
—No me dieron ganas. Además, no creo que me quede igual que a Bell.
El mencionado Fic inclinó la cabeza y B fue a esconder los regalos debajo de la mesa, cubriéndolos con el mantel, justo cuando las niñas regresaban y al verlo, se lanzaban a abrazarlo.
—¿Ya comieron? —quiso saber B.
—Tía Nea no vino —dijo tristemente Zinnia con su vocecita.
—¿Aún le dice tía? No la ha visto desde…
—Desde hace un año, sí. La invité a comer, pero me salió con lo de siempre…
—“¡Bah, tonterías!” —la imitación de B era tan acertada que rió al segundo siguiente.
—Nea es una chica de cuidado, ¿no? —comentó Sole en ese momento y todos rieron antes de salir de la habitación.
—¿Sabías que B visita a la familia de tu socia?
La pregunta de Mery, como otras, obtuvo una negativa de parte de Nea.
—Válgame, eso es un golpe bajo —bromeó Mery con una sonrisa, sin notar que ahora Nea sostenía una daga negra en vez del látigo —Bell era una cajita de sorpresas, ¿verdad?
—Eso sí —tuvo que concederle Nea.
—Bueno, hemos terminado. La siguiente visita la tienes programada para las tres de la mañana. Atenta, pues, y aprende lo que debes aprender.
—¿Y si no lo hago?
Mery le dedicó una sonrisa sarcástica mientras degustaba una fresa, lo último que le quedaba en la cornucopia (¿a qué hora se había comido el resto del contenido? No pregunten).
—No quieres saber lo que te pudiera pasar, Nea. Pero quizá te acabes enterando.
—¿Cómo?
Mery ya no contestó. El humo azulado la hizo desaparecer y a Nea la dejó de nuevo en su cuarto, mucho más pensativa que antes, pero también más asustada.
Pad fue iluminada de nuevo.
—Ver lo que se perdía fue un golpe duro para Nea —narró la Aprendiz con solemnidad —Ya no sabía qué esperar del último espíritu, más con las palabras que soltó la supuesta señora de Wilde a modo de despedida…
—¿Cómo que supuesta? —se dejó escuchar la voz indignada de Mery.
—… Así, Nea se refugió bajo las mantas, intentando reposar un poco, en espera del final de aquella experiencia. Eso, damas y caballeros, lo veremos en el cuarto acto, en cinco minutos.
La gente aplaudió brevemente antes que el telón cayera, porque se la estaban pasando estupendamente. En cambio, en los camerinos, la tensión no hacía más que aumentar y prueba de ello fue escuchar que la voz de Bell gritaba algo, pero no se distinguía bien.
En silencio, el público agradeció estar lejos de la Fundadora y Líder Suprema de la OSECI. ¿Ahora qué le pasaría?
~Continuará…~
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