sábado, 6 de julio de 2013

Tinta a la Carta XLVI: Desayuno en tres tiempos

~Entrada~
El Principito
(Antoine de Saint–Exupéry)
—Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que vea mi rosa indudablemente podrá creer que mi rosa es igual a ustedes. Pero ella sabe que es más importante porque yo la he regado, porque a ella la abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres para las mariposas) y fue a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse porque, en fin, es mi rosa.
Y regresó con el zorro.
—Adiós —le dijo.
—Adiós —dijo el zorro —He aquí mi secreto, que es muy sencillo: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.

~Plato Fuerte~
Stardust
(Neil Gaiman)
—Te odio —dijo —Ya te odiaba por todo, pero ahora te odio más que nunca.
Tristran flexionó su mano quemada en el bendito frío interior de la nube. Se sentía cansado y un poco mareado.
—¿Por alguna razón en particular?
—Porque —explicó ella, con la voz tensa —ahora que me has salvado la vida, según la ley de mi pueblo, tú eres responsable de mí y yo de ti. Adonde tú vayas, yo también debo ir.
—Oh —dijo él —Eso no es tan malo, ¿verdad?
—Preferiría pasar mis días encadenada a un vil lobo o a un apestoso cerdo o a un duende de los pantanos —le contestó ella, secamente.

~Postre~
Rojo Feroz
(Jackson Pearce)
—Es igual, estoy bien —murmuro. Él sonríe. Cree que me está asustando y eso le encanta. No basta con asesinar y devorar a chicas. Necesitan asustarlas antes. Le doy la espalda y empiezo a alejarme deprisa, dejando que la capa se infle con el viento para provocarlo. «Anda, sígueme.» Ha llegado la hora de morir.
—¡Oye, espera! —me llama. Habla con voz ensombrecida, casi gutural. Intenta frenar la transformación, pero su hambre puede más. De alguna forma «lo siento».
Siento su deseo de sangre flotando en el aire. Quiere despedazarme, clavarme los dientes en la garganta. Me detengo y dejo que la capucha se me caiga y el cabello se agite con el aire. Lo oigo gemir con repugnante placer mientras coloco los dedos sobre el mango del hacha. «No te vuelvas todavía.» Aún no ha cambiado, y si me ve las cicatrices de la cara, adiós tapadera. No me puedo arriesgar a que se escape: tiene que morir. Merece morir.

Con mis agradecimientos a Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

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