~Aperitivo~
Canek
(Ermilo Abreu Gómez)
—¿Es cierto, Jacinto, que los niños
que se mueren se convierten en pájaros?
—No sé, niño Guy.
—¿Es cierto, Jacinto, que los niños
que se mueren se vuelven flores?
—No sé, niño Guy.
—¿Es cierto, Jacinto, que los niños
que se mueren van al cielo?
—No sé, niño Guy.
—Entonces, Jacinto, ¿dime qué les
pasa a los niños que mueren?
—Los niños que se mueren, niño Guy,
despiertan.
~Entrada~
El
Paciente Inglés
(Michael Ondaatje)
Aquella vez no se besaron, tan solo
un abrazo. Se soltó de ella y se alejó y después se volvió. Ella no se había
movido. Él regresó hasta pocos metros de ella con un dedo alzado para hacer un
comentario.
«Sólo quiero que sepas que aún no te
echo de menos.» Con una expresión horrible, pese a que intentaba sonreír.
Ella apartó la cabeza y se golpeó con
un poste de la puerta. Él vio que se había hecho daño, notó la mueca de dolor.
Pero ya se habían separado y encerrado en sí mismos, habían alzado las
murallas, a instancias de ella. Su espasmo, su dolor, era accidental,
intencionado. Se había llevado la mano a la sien.
«Ya me echarás de menos», dijo.
~Plato Fuerte~
Isabel
Moctezuma
(Eugenio Aguirre)
El bautizo estaba hecho y yo nombrada
de acuerdo con los deseos de mi madre y con los beneplácitos de mis abuelas.
Sin embargo, los ademanes de la gente que rodeaba a mi padre y un murmullo que
fue creciendo la obligaron a hacerse a un lado y, con la cabeza humillada y los
párpados cerrados, esperar a que Motecuhzoma llegara hasta la cuna, donde se
detuvo un instante.
—¡Quiero que mi hija lleve el nombre
de Ichcaxóchitl! —dijo con voz tonante —¡Flor de algodón que festine con su
blancura y su singular belleza!
Así quedé nombrada Tecuichpotzin Ichcaxóchitl
y ese nombre fue heraldo de mi hermosura y de la mayoría de mis desgracias.
~Postre~
A tres metros sobre el cielo
(Federico
Moccia)
—Pero
¿tú sabes quién es ese? —la cabeza de la hermana asoma repentinamente entre los
asientos —Lo llaman Matrícula de Honor.
—Para
mí es solo un idiota.
Después,
abre el libro de latín y empieza a repasar el ablativo absoluto. De repente,
deja de leer y mira hacia afuera. ¿Es ése realmente su único problema? Por
descontado, no es el que dice ese tipo. Y de todos modos, no va a volver a
verlo. Retoma la lectura decidida. El coche gira a la izquierda, hacia la
escuela Falconieri.
«Sí,
yo no tengo problemas y no volveré a verlo nunca más.»
En
realidad, no sabe lo mucho que se está equivocando. Sobre ambas cosas.
Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".
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