sábado, 17 de diciembre de 2016

Tinta a la Carta XCIII: Comida en cinco tiempos

~Aperitivo~
La abadía de Northanger
(Jane Austen)
[…] Su pasión por los edificios antiguos era casi equiparable a la que sentía por Henry Tilney; castillos y abadías llenaban de fascinación los sueños que no ocupaba él con su presencia. Ver y explorar las murallas y torres de unos, y los claustros de las otras, había sido durante semanas su deseo más ardiente, aunque llegar a visitarlos durante más de una hora le había parecido siempre poco menos que imposible.
Y sin embargo, así iba a ser. Con todas las posibilidades de que fuera una casa normal, una casa solariega, una mansión o un palacete, Northanger resultaba ser nada menos que una abadía, y ella iba a vivir allí. Sus pasillos largos y húmedos, sus angostas celdas, la capilla en ruinas, estarían diariamente a su alcance, y no era fácil renunciar a la esperanza de escuchar alguna leyenda o encontrar el terrible memorial de alguna monja ofendida y desventurada.

~Entrada~
Los Borodin I. Amor y honor
(Christopher Nicole)
—Pero sigues adelante —le dijo él hablándole al oído—. Sigues, porque tú eres Ilona Borodina. —“Un poco de cordura —pensó—. Un poco de prudencia, por Dios”. ¿Acaso podía portarse cuerdamente en aquellos momentos de locura? Para eso, también ella tendría que comportarse sensatamente.
—No quiero ser la misma, por Dios. Ya no quiero serlo. —Se volvió de nuevo y esta vez quedó aprisionada en sus brazos; sus manos le apretaban ansiosamente la espalda para estrechar más su cuerpo contra el suyo. Ella levantó la cara y echó la cabeza hacia atrás para que la besara en la boca. Como no había mucha diferencia en su estatura, George no tuvo dificultad para encontrar sus labios. Besó con pasión los labios cerrados y, luego, éstos se abrieron para permitir que entraran los suyos y, después, la lengua. Se separaron al cabo de un instante para recuperar el aliento—. No quiero ser Ilona Borodina, George. No quiero volver a serlo nunca.

~Plato Fuerte~
El temor de un hombre sabio
(Patrick Rothfuss)
—Ese debe ser el marinero que faltaba —me apresuré a decir—, será mejor que suba a bordo. —Di un rápido abrazo a Threpe y traté de alejarme antes de que pudiera darme otro consejo.
Pero él me cogió por la manga antes de que me diera la vuelta.
—Ten cuidado por el camino —dijo con expresión preocupada—. Recuerda que todo hombre sabio teme tres cosas: la tormenta en el mar, la noche sin luna y la ira de un hombre amable.
El marinero pasó a nuestro lado y recorrió la pasarela corriendo, sin importarle que las tablas rebotaran y traquetearan bajo sus pies. Sonreí a Threpe para tranquilizarlo y seguí al marinero. Dos hombres de rostro curtido levantaron la pasarela, y le devolví a Threpe un último saludo con la mano.
Se vocearon órdenes, los hombres se afanaron y el barco empezó a moverse. Me volví a mirar río abajo, hacia Tarbean, hacia el mar.

~Entremés~
El amor en los tiempos del cólera
(Gabriel García Márquez)
—Fermina —le dijo—: he esperado esta ocasión durante más de medio siglo, para repetirle una vez más el juramento de mi fidelidad eterna y mi amor para siempre.
Fermina Daza se habría creído frente a un loco, si no hubiera tenido motivos para pensar que Florentino Ariza estaba en aquel instante inspirado por la gracia del Espíritu Santo. Su impulso inmediato fue maldecirlo por la profanación de la casa cuando aún estaba caliente en la tumba el cadáver de su esposo. Pero se lo impidió la dignidad de la rabia. «Lárgate —le dijo—. Y no te dejes ver nunca más en los años que te queden de vida.» Volvió a abrir por completo la puerta de la calle que había empezado a cerrar, y concluyó:
—Que espero sean muy pocos.

~Postre~
Descansa en paz
(John Ajvide Lindqvist)
—El corazón no late […]. No hay nada. Ningún latido.
David sintió una puñalada en el pecho.
—¿Pero no tienen que…? —balbució él—. ¿No van a… ponerlo en marcha?
—Parece que… no lo necesita —respondió la mujer sin apartar los ojos de la paciente, que, sentada, estiraba las gomas.
Tuvieron que esperar un buen rato a Lasse. Cuando al fin llegó, el hecho de que Eva se hubiera despertado ya no era ninguna novedad.

Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

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