sábado, 2 de junio de 2012

Tinta a la Carta XXVII: Almuerzo en cuatro tiempos

~Aperitivo~
El vuelo del Hornet
(Ken Follett)
A unos seis metros del suelo, Karen pidió.
—Tira de la palanca del estrangulador, por favor —Harald la obedeció. Se oyó un golpe cuando las ruedas golpearon tierra.
Mientras el avión se detenía por completo, un joven en una bicicleta los miraba boquiabierto desde un sendero a pocos metros de distancia.
—¡Hola, amigo! —lo saludó Harald en inglés —Dime, ¿en dónde estamos?
El joven lo miró como si Harald viniera del espacio exterior.
—Bueno —dijo al fin —pues no están en el maldito aeropuerto.

~Entrada~
La maldición del Maestro (Crónicas de la Torre II)
(Laura Gallego García)
—No he sido yo —dijo Morderek rápidamente.
Conrado ahogó una risita, y Jonás y Salamandra sonrieron ampliamente.
—¿Estás seguro? —Dana miró a Morderek fijamente, y el chico se puso pálido y tartamudeó.
—So… solo era una broma. No… no creerás que he hecho algo malo, ¿verdad?
Dana volvió a sonreír.
—No —dijo al fin —No, que yo sepa, y generalmente sé bastante de las cosas que pasan por aquí —clavó una mirada reprobatoria en la eterna túnica azul de Jonás, y el chico enrojeció —¿Qué hay del examen?
—No estoy preparado aún —dijo Jonás rápidamente, pero Dana movió la cabeza.
—Ya hablaremos —le advirtió, y Jonás tragó saliva.

~Plato Fuerte~
La Biblioteca de los Muertos
(Glenn Cooper)
Josephus corrió desde la oscuridad hacia la puerta de la abadía, con el pecho agitado por el esfuerzo. Abrió la puerta y esta chirrió sobre sus goznes.
El chico no estaba allí.
Corrió abajo gritando su nombre de manera frenética.
Vio una pequeña silueta junto a la carretera.
Octavus no había ido muy lejos. Estaba sentado tranquilamente al desabrigo de la noche, temblando al borde de un prado. Josephus lo cogió en brazos con ternura y le llevó de nuevo hacia la puerta.
—Puedes quedarte, chico —le dijo —Dios quiere que te quedes.

~Postre~
Esmeralda
(Kerstin Gier)
A Gideon le rodaban las lágrimas por la cara mientras seguía apretando con todas sus fuerzas las manos contra la herida.
—Quédate conmigo, Gwenny, quédate conmigo —susurró, y de pronto ya no vi nada, pero en cambio sentí el suelo duro bajo mi espalda, el sordo dolor en mi vientre y todo el peso de mi cuerpo. Aspiré aire roncamente, y supe que ya no tendría fuerzas para aspirar de nuevo.
Quise abrir los ojos para mirar por última vez a Gideon, pero no lo logré.
—Te quiero, Gwendolyn; por favor, no me dejes —dijo Gideon, y eso fue lo último que oí antes de que un gran vacío me tragara.

Con mis agradecimientos para Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

No hay comentarios:

Publicar un comentario