sábado, 12 de mayo de 2012

Tinta a la Carta XXIV: Merienda en cuatro tiempos

~Aperitivo~
La consentida de papá
(Mary Higgins Clark)
—Pero algo está mal. Tú dijiste algo equivocado.
—Déjame pensar —intenté reconstruir la conversación —Lo único que recuerdo haber dicho fue que Rob no le había comprado un dije nuevo a Andrea. Que le había hecho grabar las iniciales de ambos, de Rob y de Andrea, a un dije que alguna otra chica probablemente extravió en el auto de aquél.
Paulie sonrió.
—Eso es lo que intentaba recordar. Rob no mandó grabar las iniciales al dije. Ya las tenía.
—Paulie, eso es imposible. Tú encontraste el dije en mayo.
Su expresión se tornó necia.
—Ellie, lo recuerdo bien. Las iniciales ya estaban en el dije. No eran R y A. Eran A y R, con una hermosa caligrafía.

~Entrada~
Santa María del Circo
(David Toscana)
Hércules pronunció una serie de frases desordenadas, sin la menor coherencia, que daban perfecta cuenta de su rabia. Se retiró bufando y conformándose con buscar consuelo en su taza de porcelana.
Natanael se acercó a Mandrake y le susurró.
—Yo escribí esa papeleta. Tenía la esperanza de que le tocara a Narcisa.
—Que no se entere Hércules porque te mata.
El enano asintió, arrepentido de haber hablado. Él debía ser el receptor de las confesiones y en cambio se le iba la lengua a la menor oportunidad.
—Y que no se entere Narcisa —dijo —porque también me mata.

~Pato Fuerte~
La isla del tesoro
(Robert L. Stevenson)
Fácil es imaginar lo que sentí al oír a aquel abominable y empedernido bribón dirigir a otro las mismas frases de adulación que había empleado conmigo. A poder ser, lo hubiera matado a través del barril. Entretanto, siguió su charla, muy ajeno de que se le escuchaba.
—Lo que pasa con los caballeros de fortuna es esto: viven malamente y con riesgo de la horca; pero comen y beben como gallos de pelea, y cuando terminan un crucero, ¡qué!, se encuentran con cientos de libras esterlinas en los bolsillos en vez de cientos de ochavos. Luego, la mayor parte se va en ron y en tirarlo en francachelas; y a la mar otra vez, sin más que la camisa puesta. No es ésa la derrota que yo sigo. Lo pongo todo en un lugar seguro; un poco aquí, otro poco allá, y nunca mucho en ninguna parte para no levantar sospechas. Tengo ahora cincuenta años, fijarse; en cuanto vuelva de este viaje me meto del todo a caballero particular. Ya era hora, dirán. Sí; pero entretanto me he dado buena vida; nunca me negué ningún capricho, y he dormido en blando y he comido de lo mejor siempre en mis días, menos cuando andaba en el mar. Y, ¿cómo empecé? ¡De marinero, como ustedes!

~Postre~
Flores en el Ático
(V. C. Andrews)
—Chris, ¿te acuerdas cuando mamá nos dijo que es el dinero lo que hace girar al mundo? Pues yo creo que se equivoca.
—¿Sí? Pues piénsalo un poco más, ¿por qué no las dos cosas?
Lo pensé. Lo pensé mucho. Permanecí tendida mirando fijamente al techo, que era mi pista de baile, y pensé en la vida y en el amor, una y otra vez. Y de cada libro que había leído en mi vida saqué una cuenta llena de prudente filosofía, y las enhebré todas ellas en un rosario en el que iba a creer en lo que me quedase de vida.
El amor, cuando llegase y llamara a mi puerta, sería suficiente para mí.

Con mis agradecimientos a Nea Poulain, por la idea para el ciclo de entradas "Tinta a la Carta".

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